Llegó la primera Navidad viviendo separada
de su marido y fue muy diferente para Marcy en todos los sentidos. Su vida ya
poco tenía que ver con la que llevara en Mazello durante tantos años, su padre
había muerto y trabajaba en una gran compañía. Volvió a vivir en directo, a
diario, el bullicio de la gran ciudad engalanada para las fiestas, los grandes
almacenes reclamando ventas especiales, la decoración multicolor de las calles,
las farolas con altavoces acoplados que emitían música clásica de la mañana a
la noche.
El ir y venir de los viandantes y el
tráfico daba una vitalidad a la urbe que Marcy casi no recordaba, después del
tiempo de aislamiento en Mazello.
Volvió a disfrutar del placer de las
compras especiales y de los preparativos de Navidad.
Le correspondió estar con sus hijos la
primera mitad de las fiestas. La segunda parte correspondía al padre y los
niños irían a la finca para recibir el año. Era la primera vez que, de manera
oficial, iba a producirse semejante reparto.
Aún no había tomado una decisión acerca del
tema de la bodega.
No tardó en enterarse de que Manele había
iniciado una relación con la mosquita muerta de la finca de al lado, la eterna
solterona que parecía haber estado apostada, a la espera del derrumbamiento de
su matrimonio.
Y ya le daba igual.
Fueron sus propios hijos quienes la
avisaron por teléfono, el día de Nochevieja, cuando les llamó para
felicitarles.
–¡Papá tiene una novia! ¡Papá tiene una
novia! –dijo Manu a voz en grito, al aparato.
–Chsss, habla bajito, cariño, vosotros
estáis bien, ¿no?
–Sí mami, hemos tomado las doce uvas, Pablo
se atragantó.
Después se puso Pablo al teléfono.
–No le creas mami, ya sabes como es.
Estamos pasándolo chachi –dijo con su voz de hombrecito recién estrenada–.
¿Estás contenta?
–Sí, mi príncipe. Estoy con Raúl, vamos a
ver una película. Aquí no sé quién vino y dejó un montón de regalos para
vosotros.
–Dime qué tienen, mami, ¡porfa!
Marcy le explicó que había cientos de
regalos, envueltos en papeles de muchos dibujos y colores, que los paquetes
eran tan grandes que apenas pudieron meterlos por la puerta. Que por eso Papa
Noel había tardado más de lo debido y que depués había tenido que pedir la baja
laboral.
–Mamá, me estás tomando el pelo. Ahora,
aquí, las viñas en vez de uvas dan caramelos. ¡Para que te chinches!
–¿Y a ti como te gustan más, con uvas o con
caramelos?
–A mí con caramelos, me estoy poniendo
morado.
Le encantaba bromear con su hijo mayor.
–¡Mami, vale ya! ¿Cuándo vienes a
buscarnos?
–Dentro de quince días cariño.
Se despidió de los niños y se acomodó en el
sofá de su casa, al lado de Raúl.
Tomó su copa y brindó con él, por el año
nuevo, una vez más.
–¿Están bien?
–Sí, mi amor, mejor de lo que esperaba.
Venga esa película.
Extrajo una extensión de la parte inferior
del sofá y estiraron los pies encima de ella. Marcy tomó una manta de punto que
olía a un fresco suavizante de la ropa. A Marcy le pareció mejor que el perfume
más caro que pudiera haber en el mundo.
Se taparon con ella.
–Ya puedes darle al play.
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