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martes, 2 de octubre de 2012

Marcy (62)



Recogió a los niños en el colegio y pasó con ellos una tarde tranquila, enfrascada en sus conversaciones infantiles. Les dijo que el padre no podría venir en vacaciones, a causa de su trabajo y no se hizo esperar el enfado y la rabieta del pequeño, que tuvo que contrarrestar con la ayuda de Pablo, el mayor, y con una sonora nalgada para el rebelde.
Cuando se acostaron los niños comenzó ella su preparativo. Se duchó y se arregló el pelo con pericia profesional. Se probó varios modelos, colocándose por fin el clásico pequeño vestido negro que le sentaba tan bien y unos zapatos de tacón. Se vistió encima un abrigo tipo levita que abrochó con sus alamares quedando bien ajustado a la silueta. Se encasquetó el gorrito y cambió sus pendientes de bola por unos aretes grandes de color negro. Un poco de maquillaje, la raya en el ojo y el rojo de labios y se encontró tan bien en su piel como nunca se había sentido. En cuanto llegó la chica envolvió el pañolón alrededor de su cuello y se marchó de la casa con la agradable sensación de haber retomado el control de su vida.
El restaurante seleccionado fue el Número Dos, uno de los más recientes de la Milla de Oro de Greda, en la planta superior del último rascacielos construido.  Dejó el coche en el parking y tomó el ascensor que se elevó a toda velocidad hasta el tope, abriéndose la puerta en la recepción del local.
Toda la ciudad, iluminada, quedaba a sus pies y, en las alturas, los colosos de hormigón y, entre todos ellos, el Zeol Center y su rival legendario, el Trass Building, parecían aquella noche haber firmado un armisticio y brillaban los dos en armonía, formidables.
Distinguió a algunos de sus camaradas tomando el aperitivo en la barra y, en medio de ellos, a Rafa, que acababa de llegar.
–Señorita, está usted guapísima, aún inclusive más de lo habitual, que ya es mucho –le dijo poniéndose colorado como un tomate.
Se acercó al grupo sintiéndose fuerte y serena, saludó a todos despacio, uno a uno y, una vez llegados todos los comensales, tomaron asiento en una magnífica mesa redonda. Rafa se colocó enfrente de ella y a su lado un compañero y al otro uno de los profesores de máster.
Se sucedieron sobre la mesa deliciosos entrantes del gusto de la nueva cocina como diminutas porciones de pescado al estilo oriental, bolitas de carne trufada, foie en salsa aromática, hortalizas miniatura y otras delicadezas cuyos nombres iban anunciando los camareros como si fueran actores de una obra de teatro. 
Marcy eligió como plato principal cerdo salvaje hojaldrado acompañado de una copa de vino selecto y, de postre, un helado amarillo depositado en una copa alta, engalanada con una peineta de almendra.
–Esto da pena comérselo –dijo, mordisqueando el crujiente.
Pendientes de las exquisiteces que desfilaron por la mesa, dejaron la hora del café y los licores, para hablar de los estudios y los proyectos laborales de cada cual.
La conversación se había animado y distribuido en pequeños grupos. El profesor sentado al lado de Marcy, uno de los de mayor edad, aprovechó para dirigirse a ella en particular.
–Perdone, estos días no ha acudido a las clases y no se habrá enterado, pero les he presentado a sus compañeros una propuesta para realizar un trabajo de investigación conjunto con otras universidades, que puede ser muy positivo de cara al futuro. Usted es una de las mejores alumnas, y domina el inglés. Pienso que podría interesarle.
Fue su padre quien la había metido a aprender inglés desde muy pequeña y se manejaba en el idioma incluso mejor que Manele.
–Habría que viajar a Brexals, sólo durante tres días, para reunirse con el resto de colaboradores, pero la universidad correrá con los gastos. Es un trabajo sobre mujeres empresarias en países en desarrollo. Le vendría muy bien participar, Marcelina, subiría su calificación final. ¿Qué le parece?, es para el mes de junio próximo.
Marcy se dio cuenta de que una oportunidad así podía ser única en la vida. No podía desaprovecharla. Dijo que sí.
Sólo tendría que organizar esos pocos días la vida hogareña con la ayuda de la canguro.
El profesor quedó muy satisfecho con su reacción.
–He visto que su currículo es nulo desde que terminó sus estudios de grado. Supongo que por culpa del matrimonio y los hijos. Es lo que les pasa a todas.
Ella asintió. El profesor entendía bien los problemas de las mujeres.
Un rato después se sentó al lado de Rafa. El bedel no había perdido ripio de la conversación y la felicitó por aceptar el reto.
–Ya sabe que puede contar conmigo, señorita, para todo lo que usted pueda necesitar.
Rafa parecía bastante cómodo entre los estudiantes, apenas se le notaban sus manías. Hasta se atrevió a hacerle una confidencia muy personal a Marcy.
Adoptó, de pronto, un aire serio y se sujetó la cabeza con la mano, como pensando.
–Señorita, yo he sufrido mucho, hace un año que se murió mi novia en un accidente de tráfico, no me había atrevido a decírselo. Por eso procuro salir siempre que me invitan y lo voy superando poco a poco.
Quedó cabizbajo un momento y luego levanto la cabeza mirándola con delicadeza.
Ella quedó impresionada por la entereza y la sensibilidad de él.
Las notas de una música suave los envolvieron como si fueran los únicos seres vivos sobre la tierra, dos corazones heridos.
Ella le correspondió con otra confidencia.
–Te comprendo Rafa, yo también sé lo que es estar sola, llevo ya un tiempo viviendo separada de mi marido.
Marcy se percató al momento de que aquello podía prestarse a un malentendido, pero no dijo nada más.
Eran casi las tres de la madrugada cuando decidieron terminar la agradable velada y Marcy cogió su vehículo para volver a casa sintiéndose en la cima de su pequeño universo.
Pero no le diría nada a Manele del trabajo de investigación, ni del máster, ni de Rafa, por no preocuparle, ya vería la manera de hacerlo más adelante.

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