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martes, 30 de octubre de 2012

Marcy (66)



Después de tantos años, ya casi había olvidado la sensación de seguridad y confianza que trasmiten los brazos de un hombre que trata con cariño a una mujer.
Incluso, desde que estaba con Rafa, llevaba mejor las visitas al hospital, como si el renacer erótico que estaba experimentando la distrajeran un poco del sufrimiento de ver a su padre cada día más enfermo.
La habitación del sanatorio se había convertido en algo tan sabido para ella como la propia casa de sus padres; y la gente que pasaba por allí, familiares, amigos, visitas médicas, de enfermería y limpiadoras, de las que te hacen salir de la habitación cuando hacen su trabajo, todos se le hacían como de la familia.
Marcy procuraba ir a diario, por la tarde, para sortear a los galenos, para que no fueran a darle las malas noticias que ella no quería ir.
Pero la tarde que acudió al hospital, y que estaban en el cuarto con sus padres los tíos Gerardo y Mery, encontró a su padre algo mejor, con la cabeza levantada sobre varias almohadas, y con un ramo de flores amarillas sobre la mesilla, preciosas, que los tíos le había traído.
Su padre no tardó en sacarle el tema de sus estudios.
–No sé si saldré de ésta, pero lo que más quiero en el mundo es que tú tires para adelante, hija, no me decepciones.
–Papá, ¿por qué te preocupas tanto?, sabes que no es bueno para tu corazón. Todo llegará, ya lo verás.
–Tu padre tiene toda la razón, tú estudia, di que sí –dijo el tio Gerardo.
–Ella que se ocupe de su marido, no se le vaya a escapar –dijo Mery.
–¿A que es lo que le digo yo siempre? –remachó su madre, contenta de que su hermana le diera la razón.
Su madre siempre se empeñaba en llevar la razón.
Las tres fueron juntas a la cafetería del sanatorio a merendar.
Marcy advirtió que su madre y su tía la observaban con nueva curiosidad. Las mujeres parecían sedientas por hacer averiguaciones sobre su vida.
–Te encuentro muy bien, hija. Últimamente te arreglas mucho y estás más alegre -la interrogó con su aguda mirada–, pero esa falda, ¿no es muy corta?
Amelia no quitaba ojo de la falda que lucía Marcy gracias a su recobrada silueta, ni tampoco de sus uñas pintadas de rojo.
–¿Es que ser guapa es pecado, mami? ¡No van a detenerme por eso!
–Una madre de familia tiene que guardar una compostura –sentenció Mery.
A veces su tía tenía salidas de ese tipo, trasnochadas. Marcy no hizo ni caso.
Las tostadas y el café que estaban tomando estaban deliciosos y su padre estaba mejor y Rafa la tenía bien servida y sus hijos sanos, no estaba para hacer caso de tonterías.
–Espero que sepas lo que haces, hija. Ya sabes que Manele es algo celoso, ten cuidado – su madre volvió a la carga.
Ahora sí que tiene motivos para sus celos”. Se lo tenía bien merecido, mucho había tardado en tomarse la justa revancha por las infidelidades de Manele.
Cuando pagaron en la caja el empleado la obsequió con una ojeada admirativa, de arriba abajo, con las paradas correspondientes.
–¿No ves cómo te miran?, vas excesiva –remachó su tía.
–Pues a mi me parece que te miraba a ti, todavía estás de muy buen ver –le respondió la aludida.
Marcy se partía de la risa viendo a su tía escandalizarse y coger del bracete a su hermana para salir de la cafetería. Las miró por detrás, las dos vestidas iguales, tan parecidas, y pensó que no podía enfadarse con ellas.
Se armaría la gorda si supieran que tenía un amante y que, para más inri, era un chaval más joven que ella.
Y eso que, después de varios días de encuentros con Rafa, ya empezaba a cansarle un poco su inexperiencia y su emotividad, demasiado sensible, demasiado nervioso, casi prefería la rudeza de su marido, el hombre que mejor la había amado entre todos, a pesar de todo.

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