Aquel tórrido
verano estaba llegando a los paroxismos de calor del mes de agosto, cuando
cerraban por vacaciones la mayoría de los negocios en Greda. La guardería, por
el contrario, crecía en actividad, sumándose los hijos de los veraneantes, que
acudían desde todos los puntos del país a disfrutar de la belleza de aquel
paraíso natural.
Lo mejor de todo
había sido dar con una persona como Arcadia, parecía que se la hubieran traído
ex profeso del otro lado del charco, un regalo de la vida, como la hermana que
no tuvo.
Una mañana se la
encontró llorando cuando llegó a la guardería.
–Marcy, es que no
sé si sabré yo explicarle…, no voy a saber.
–Pero bueno ¿qué
es lo que te pasa?
-Es que doña Lau
me ha dicho que no se van a arreglar mis papeles, que voy a tener que volver a
mi país.
–¿Y de dónde ha
sacado eso doña Lau?, dime –preguntó, recalcando el “doña”.
–Dice que no
tengo los certificados en orden y que figura que vivo aquí sólo hace tres
meses. ¡Y yo ya llevo tres años y tengo derecho a la residencia!
Arcadia lloraba
sin parar.
–¡Claro que
tienes derecho! Habrá habido un malentendido. Lo aclararemos, no te preocupes.
Marcy intentó
tranquilizarla, pero la chica sacó un papel de su bolso.
–¡Vea!, ¡Vea!
–dijo, angustiada.
En el documento
constaba que, en efecto, sólo llevaba residiendo tres meses.
–Esto Marcy
significa que, que…, que me van a expulsar en cualquier momento. ¡Y mi niñita,
que la traía ya para conmigo!
Se sentó en una
sillita de colores agachó su cabeza, de cabello corto y rizado, y continuó
llorando sin consuelo.
–Bueno, bueno,
Arcadia. Habrá alguna confusión, iremos a aclararlo a la municipalidad, de
inmediato.
–Es que no me
atrevo a decirlo, pero…–empezó Arcadia–, pero es que, que doña Lau lleva tiempo
preguntándome por cosas de usted y de su marido, y como yo no quise decirle
nada, me dijo que no me iba a arreglar los papeles, ¡y lo ha cumplido!
–Pero bueno,
Arcadia, ¿tú cómo puedes creer en lo que diga esa? Ella no tiene ninguna
influencia en tus papeles, te ha engañado. Y debía estarte agradecida.
–Sí, me agradece,
pero se enfadó porque yo no quise hablar lo que ella quería.
Marcy consultó a
través del equipo informático la documentación de Arcadia y comprobó que en el
documento original constaban tres años. El papel de la joven estaba falsificado.
–Tus documentos
están bien, ¡perfectos!
Aquella tarde,
cuando llegó Laura con su hija a la guardería, Marcy no vaciló en esgrimir el
documento en toda su cara. Lucas las había acompañado.
–¿Qué pasó aquí,
Laura? Debe haber habido un error, ¿no? Lo acabo de consultar y este papel está
mal.
–No será nada
–dijo Laura, toda azorada–. Si tiene un error se arregla y ya está.
–Mira, si tienes
algún rollo que preguntarme me lo preguntas a mí –Marcy se señaló con la mano
sobre su pecho–, pero deja en paz a Arcadia que no tiene culpa de nada.
Lucas intervino
tomando el papel para examinarlo.
–Esto es muy
fácil modificarlo con un ordenador, pero lo que importa es el que conste en la
municipalidad, ¿quién habrá podido hacerlo?
Miró fijo, serio,
a su mujer.
–Tú, no andarás
metida en esto…, no será cosa tuya…
A Marcy le
sorprendió la severidad, nada acostumbrada, de Lucas.
Estaba claro que
era Laura quien había alterado el documento.
–¡Con lo que esta
muchacha vale! –continuó él, refiriéndose a Arcadia–, que no sé lo que haríamos
si no fuera por ella.
Cuando se fue el
matrimonio con su hija, al final de la jornada de tarde, Arcadia se acercó a
Marcy apesadumbrada.
–Hay otra cosa
que le tengo que decir que me da mucha, mucha vergüenza. Recién llegada robé
ropa en un gran almacén y me pillaron. Soy una sinvergüenza, Marcy. ¡Me va a
matar!
–Pero bueno,
¿cómo se te ocurrió hacer algo así? Te pudieron expulsar.
–Prefiero que lo
sepa por mí, por si acaso doña Lau se lo dice. Ella lo sabe, lo leyó en un
certificado, y usted ¡es tan buena! Quiero que se fíe de mí, esto no va a pasar
más.
–Eso espero, Arcadia, eso espero.
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