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lunes, 27 de octubre de 2014

Marcy (170)


Ya estaba el sol bastante bajo y entraba formando láminas doradas por las ranuras de las contraventanas cuando la cocinera picó a la puerta con los nudillos.
–Señorita, pueden bajar, la cena ya está preparada.
Volvieron a vestirse lo mismo que habían traído, unos vestidos veraniegos de flores, y zapatillas de tenis. Bajaron a la planta principal y Marcy salió al exterior, con las llaves del coche en la mano, para coger dos rebecas de punto que habían dejado dentro.
Los obreros ya se habían ido y los dos enormes mastines, guardianes de la finca, ya estaban sueltos y se acercaron a Marcy, despacio, moviendo la cola. Ellos la conocían bien y sabían que podían esperar las caricias que siempre les prodigaba.
El aire de la tarde ya no era tan caluroso y el horizonte se veía rosado, límpido, maravilloso. “Esta gente no sabe lo que tiene”.
Entró con las prendas y se encontró con Manele, el subdirector y Arcadia ya sentados a la mesa. Le tendió una de las rebecas a la joven, se vistió la otra y ocupó el puesto vacante.
La cocinera sirvió, a ella en primer lugar, un panaché de hortalizas de la huerta trasera que sabía que gustaban mucho a Marcy.
–En su honor, señorita, que ya se la estaba echando de menos.
–Gracias, Josefa, a tu salud –respondió Marcy.
Manele decantó el vino natural, el que sabía que a ella le gustaba. El enólogo se había marchado ya después de su jornada, a su residencia en el pueblo cercano, donde vivía con su familia. El subdirector, por lo que Marcy entendió, debía estar alojado allí, se le veía a sus anchas.
Les gustó mucho la cena y el vino. La cocinera sacó bombón helado de postre.
Se sentaron en el tresillo que, en ese momento, a Marcy no le pareció tan espantoso como antes, quizá por la luz incandescente que emitía la araña de metal, que suavizaba sus formas. Afuera ya reinaba la oscuridad y el silencio, sólo alterado por los sonidos de los animales de la noche.
La cocinera les sirvió unas copas de jerez.
–Ustedes tendrán que hablar y yo me retiro.
Siempre decía la misma frase, todas las noches, cuando se despedía para acostarse. Aquella empleada formaba parte de la casa desde que, a los diez años de edad, se quedó huérfana y entró a servir en la heredad.
Manele encendió la tele, que emitía noticias a las que nadie prestaba atención.

–Ahí va el notición: tenemos un proyecto de turismo para la bodega. Es el último grito en el mundo del vino. Traer visitantes, hacer un pequeño hotelito para que se alojen, darles cursos de cata, tratamientos de spa y toda esa mamonada.

lunes, 20 de octubre de 2014

Marcy (169)


El servicio de la finca acondicionó la habitación de sus suegros para las visitantes.
Tenía dos camas pequeñas, de madera, de diseño anticuado, con una mesita cada una, un tapete y una lamparilla encima. Los suelos, como en cada una de las seis habitaciones que había en la planta superior, eran de madera sin tratar, ya seca y agrietada, que crujía a cada paso, y el techo de vigas a la vista, recorridas por cables eléctricos, retorcidos, de color blanco oscuro.
En el centro pendía una lámpara de cristales tallados con algunas de las bombillas fundidas. En una pared un armario y, a su lado, un espejo, de marco de madera labrada, a juego con las camas.
Marcy pidió a la cocinera que les subiese un plato a cada una de huevos fritos con chorizo y fruta. La empleada subió llevando la comida en una bandeja enorme y metió en la habitación una mesa camilla donde montó un mantel y colocó los platos. Acercó dos taburetes.
–Ya está señorita, no sabe lo que me alegro de tenerla otra vez por aquí.
–Yo también me alegro de verte, Josefa –dijo Marcy.
Comieron y descansaron un par de horas. Marcy durmió una siesta como hacía mucho tiempo que no hacía. A pesar de todo, en aquel lugar aislado, relajado, donde parecía que no pasaba nunca nada nuevo, donde el tiempo transcurría perezoso, lejos del bullicio de la ciudad, había sido muy feliz.
Después salieron las dos a pasear entre las viñas y observaron el trabajo de los jornaleros que aún se afanaban vendimiando, manejando el corquete para cortar los racimos con una pericia que dejó a Arcadia embobada.
Se habían puesto calzado adecuado para andar sobre la tierra.
Marcy le fue enseñando todas las instalaciones de la bodega, que tan bien conocía, las cubas, la manera de hacer el trasiego, las barricas de madera reposando con su barriga llena de vino.
De hecho, durante la vendimia, todos los años acudían con los niños para participar en aquel ritual, incluso alguna vez habían ido los padres de Marcy.
Marcy sintió nostalgia de aquella época, tenía cariño a la propiedad.
No entendía porqué aquella gente despreciaba su propio vino, tan excelente, queriendo transformarlo en otro vino diferente. Simplemente porque se vendía más caro así.
A ella le encantaba el vino natural de la propiedad.
Terminaron por cansarse y subieron al piso de arriba a darse una ducha. La sirvienta les había dejado en el cuarto de baño toallas y dos batas de casa.
Después se lanzaron cada una sobre su cama a descansar las piernas.

Marcy se sintió tan relajada que le parecía que no hubiera pasado el tiempo y que era la misma chica soltera que llegó allí por primera vez hacía años, cuando empezó a ser novia de Manele y él la invitó a la finca, orgulloso de mostrar toda la posesión de la que era heredero.

lunes, 13 de octubre de 2014

Marcy (168)


Sorry, tú no sabes que ahora somos socios. Mis padres me han cedido el negocio –dijo Manele–. Ya sólo nos faltas tú.
Ella se quedó atónita, no sabía si Manele estaba hablando en broma o en serio.
–Que es verdad, mujer, ¿es que no me crees? Aquí nos tienes, los tres ex empleados de la Duxa –dijo señalando a los otros con la vista–. Y tú ahora, en la compañía, esto es la bomba, fíjate lo que cambia el mundo.
Manele continuó, mientras los demás escuchaban.
–Necesitamos en la bodega a una ejecutiva de prestigio. Te necesitamos.
Ella no daba crédito a lo que estaba oyendo. Manele continuó empecinado mientras los otros asentían sus palabras con la cabeza, manteniendo silencio.
–Nosotros –dijo señalándose a sí mismo y a los otros dos– hemos cometido errores como para llenar una enciclopedia, pero eso es pasado. Ahora, para volver al ruedo, necesitamos a una mujer como tú, respaldada por una gran compañía.
Se puso de pié y separó los brazos como queriendo abarcar con ellos la finca entera.
–Es la herencia de nuestros hijos, ¿entiendes?
Aquello ya era el colmo de la cara dura. Marcy vio que iba a perder los estribos, aunque hubiera gente delante que no sabía de la misa la media.
–¿Tú no sabes lo que es vergüenza? Después de pegarme, de engañarme con otras, de meterme en un calabozo… ¿todavía quieres algo más de mí?, ¿es que te has vuelto loco?
Los otros guardaban silencio estupefactos.
–Esto no es para hablarlo aquí – continuó ella poniéndose también en pié–. Y lo que no te perdono es que también engañaras a mi padre, eso en la vida te lo perdono.
Volvió a sentarse abatida. El enólogo se acercó a su lado y habló por primera vez.
–Eso mismo, Marcy, mucho mejor así, sácalo todo de dentro. Pero voy a decirte una cosa, con todos sus fallos, nunca me pareció que Manele tuviera mala intención contigo.
El aludido estaba sudoroso, cabizbajo, como de haber hecho un gran esfuerzo.
–Fíjate que yo, por lo único que he luchado en la vida ha sido por mi familia, pero he caído en mi propia trampa…, y ha habido gente que mejor no habérmela cruzado.
Marcy pensó que se refería a Isabel.
–Me han engañado, me han humillado…, lo tengo merecido.
–Tranquilo, Manele, tranquilo –terció el subdirector, su íntimo amigo–. Todo cambiará, hombre. Mañana lo verás todo mucho mejor.
Permanecieron los cuatro en silencio durante unos segundos.
–¿Has venido sola? –dijo el enólogo.
Marcy se acordó de su empleada. Estaría aburrida esperándola metida en el coche.
Pero cuando se levantó para irse se sintió tan cansada que se volvió a sentar otra vez.
–He venido con Arcadia, la encargada de la guardería.
–Que entre. Llama a Greda, a tu madre, que hoy os quedáis aquí. Estás demasiado agotada como para conducir –dijo Manele.

Y Marcy no replicó.

lunes, 6 de octubre de 2014

Marcy (167)




Le pidió a Arcadia que la acompañara a la finca vinícola para no volver a pasar el mal trago de la última visita. Era sábado y la guardería estaba cerrada. Los niños se habían quedado con su abuela en Greda.
Las dos hicieron todo el recorrido charlando sin parar sobre la guardería y, casi sin darse cuenta, estaban en la puerta metálica de la propiedad.
Marcy paró el coche y pulsó el portero automático.
–Pasa, Marcy –era la voz de Manele.
Detuvo el coche en la plazoleta delantera y pidió a Arcadia que la esperase.
–Si te necesito, te llamo –le dijo.
Y entro en la casa de los suegros sin ninguna prisa. La puerta estaba abierta, pasó al recibidor y percibió una vaharada de vino rancio.
Esta ratonera siempre huele mal”.
Oyó conversación en el salón y decidió entrar sin más. Para su sorpresa, en la estancia estaban Manele y el subdirector de la Duxa Limited, charlando muy animados. Estaba con ellos el enólogo y se estaban tomando unos vinos en unas copas grandes, de tallo alto, que brillaban impecables al sol que se filtraba por las ventanas.
No había vuelto a ver al subdirector desde aquella cena en casa de ella, cuando hacían planes para la Unidad Internacional.
Parecían muy relajados.
–El viaje bien, ¿verdad? ¿Te hace un vinito? –dijo Manele.
Marcy estaba perpleja. Los caballeros se acercaron a saludarla.
–No, gracias, es demasiado pronto. Prefiero un refresco.
No vio a sus suegros por ninguna parte. Él pareció adivinarle el pensamiento porque dijo que sus padres se habían marchado al sur, de vacaciones. Que los médicos lo habían aconsejado así.
Manele pasó a la cocina y regresó con la bebida en una bandeja, donde también había colocado unos platitos con aceitunas y galletas saladas.
Se sentaron en el tresillo, el que Marcy conocía en aquel salón de toda la vida, y que siempre le había parecido horrendo. Era de ese tipo de maderas oscuras que desprenden un olor añejo y llevaba una tapicería fijada con hileras de clavos de cabeza redonda que estaba ya muy ajada y desprendida en algunos bordes, dejando ver el relleno de una especie de espuma amarillenta, llena de agujeros.
Manele colocó la bandeja en la mesa de centro y tendió las bebidas a cada uno.
–Por aquí todavía hace mucho calor –dijo él– los niños, ¿están con tu madre?
Ella asintió.
Los hombres tomaron de los aperitivos y terminaron el vino. Bebían con sed, pero el alcohol no parecía afectarles. Manele rellenó las copas.

No se esperaba semejante reunión. Ellos siguieron su tema de conversación sobre el resultado de la última vendimia.