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martes, 11 de septiembre de 2012

Marcy (59)



El resultado de la crisis de Imomonde no fue, para Manele, tan grave como él se figuraba. La sociedad quedó zanjada y su puesto en la Duxa no sufrió ninguna alteración. Todo lo contrario, estaba bien visto en la compañía y era candidato a desarrollo. Un ejecutivo que era punta de lanza de la división financiera de la Duxa Limited.
Lo otro, mejor olvidarlo, que no dejara secuelas.
Fue en el Café de la esquina donde Marcy se enteró de las consecuencias del jaleo de Imomonde.
Habían quedado como siempre, y nada hacía presagiar el más mínimo disgusto; todo lo contrario, el ambiente estaba tan distendido como siempre.
No obstante Marcy estaba alerta, a la espera.
Su marido había salvado su plaza en la Duxa, pero no sabía si había habido consecuencias para los otras dos, los maridos de sus amigas.
Había acudido, con su hijo en el carrito, a encontrarse con ellas.
Por entonces Laura se encontraba trabajando en el Centro Social y estaba embarazada de su primera hija. Isabel, libre de cargos de todo tipo, no hacía otra cosa que vivir la vida y cuidarse como una reina.
Tan despampanante como siempre, Isabel le soltó, así de sopetón, la noticia bomba.
–Román ya no está en la Duxa. Y Lucas, tampoco.
Isabel no solía hablar del trabajo de su marido.
Laura, estaba gestante y afectada por un estado de placidez y parsimonia, en el que todo le daba igual, bastante ajeno a su carácter.
–Yo ya le digo a Laurita que no hay ningún problema, Lucas ha vuelto a su oficina y listo.
Marcy no se atrevía a meter baza. Se puso a preparar un biberón al niño para escurrir el bulto.
Pero apreció cierta nerviosidad en Isabel, mal disimulada.
–Para Román mejor, eso que conste. Buena gana tiene de estar de asalariado. Yo ya se lo dije: “Tú a tus negocios particulares”.
Laura estaba con las manos cruzadas sobre la panza, algo adormecida.
–Yo mientras no falte para comer, me conformo –dijo–. Déjame al bebé, que yo le dé el biberón.
Marcy le pasó al niño. Se encontraba insegura respecto a Isabel, no sabía qué demonios estaba pasando.
–Tu marido, el que mejor. El otro día se pasó por el estudio de Román. Muy majo, tu marido, muy majo –recalcó la rubia.
Marcy se sintió alarmada por aquel comentario.
Román tenía en Mazello su propio estudio de arquitectura, en un chalet moderno, hecho por él mismo. Por su parte, Laura vivía en un piso como otro cualquiera, como el de Marcy.
–Así que estuvo por tu casa.
–Sí, para arreglar algunos flecos con Román. Es un amor de chico. Tomamos unas copas juntos.
Desde que escuchó las observaciones de Isabel acerca de su marido se formó en el cerebro de Marcy como una neblina que le impidió enterarse de nada más y volvió a su casa, empujando el carrito del bebé, medio confundida.
Aquel día ni siquiera la carita del niño, que era su solaz, su refugio más querido, sirvió para disipar aquella neblina.
Estaba atenta a la llegada de Manele, tenía que preguntarle.
Cuando él regresó de su trabajo estaba algo sombrío. Se metió a ducharse y salió para cenar, sin hacer caso ni al niño ni a ella.
Marcy no pudo contenerse más tiempo.
–Me dijo Isabel que estuviste en su casa, no me lo dijiste.
Quizá se notó en su tono de voz una reclamación sutil.
–¿Es que tengo que darte cuenta de dónde voy?
Él no estaba para reclamaciones, pero ella no retrocedió.
–Es que no lo sabía, y siempre me gusta saber por dónde andas.
–Sí, estuve en su casa, tenía que hablar con Román.
Ya había acabado la cena y encendió un cigarrillo.
–Esa Isabel es una mujer con clase, sin duda. Pero no está casada con él. Fíjate qué raro. Yo ya le dije a Román que se ande con cuidado, porque una chulaza así peligra.
A Marcy le hizo un daño atroz aquella apreciación de su marido.
–Tú lo que tienes que mirar es lo que tienes en casa, ¿o es que no te basta?
Ya no tuvo reparos en discutir, pero él se mantenía tranquilo, apagó su pitillo y se levantó.
–¿Ya está tú con tus cosas? No me gusta que me controlen, ya lo sabes.
Le dijo hasta mañana y desapareció pasillo adelante, mientras Marcy se quedó pensativa, recogiendo los platos, pensando en qué rayos estaba pasando.
Se estaba dando cuenta aquel día de que la magia y el embobamiento de felicidad, que la había eclipsado durante un tiempo, había tocado a su fin.

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