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martes, 25 de septiembre de 2012

Marcy (61)



Los días previos a las fiestas recibió varias cartas del banco que informaban de transferencias de su marido por una suma total muy elevada, muchísimo más de la cantidad habitual, y desglosada en muchos envíos diferentes.
Recibió también una carta certificada de Manele, con las especificaciones que él le había anunciado, pidiendo que la destruyera después de leerla.
Le indicaba que en lo sucesivo iba a recibir en la cuenta corriente dinero proveniente de unas donaciones de fondos que había captado en Brexals. Decía que era conveniente enviarlo fraccionado para evitar así pagar un exceso de impuestos, ya que las pequeñas cantidades pasaban desapercibidas para el fisco. Manele le pedía que fuese retirando ese dinero, poco a poco, del banco, y guardándolo en casa, en la caja fuerte.
La complicidad y la confianza que su marido le demostraba borraron de un plumazo su preocupación por las revelaciones de Laura.
Incluso le permitiría algún desliz, tan frecuente en hombres de negocios que viajan con frecuencia por períodos largos. Algo normal.
Isabel se había separado, eso era cierto, y era de ese tipo de mujeres que, cuando están sin pareja, son un peligro para los matrimonios, una depredadora.
Además Marcy intuía que Manele le gustaba a la rubia desde hacía tiempo, nada de particular, porque estaba considerado uno de los tipos más atractivos de la Duxa, incluso de Greda. Le gustaría a ella como a tantas otras.
A la inversa, también podría ser, porque a Manele le gustaban todas las guapas.
Pero de ahí a creer que mantenían una relación seria, eso era llegar demasiado lejos.
Podría ser que Laura hubiera tomado por realidad alguna fantasía de Isabel, o que quisiera ajustarle las cuentas por sus rencillas de toda la vida.
Justo antes de aquellas vacaciones se pasó un día, como por descuido, delante de la sede de la empresa de Manele, el mítico Zeol Center, el rascacielos dominador de la Milla de Oro de Greda.
Se hizo la encontradiza con unos de los ejecutivos cuando lo vio abandonar el edificio a la hora de salida del trabajo. Apenas se conocían, pero ella se atrevió a abordarle y sacarle el tema, como al descuido, de la Unidad Internacional.
El hombre le confirmó que la Unidad de Brexals estaba soportando mucho trabajo y que arrojaba unos resultados inmejorables.
No le extrañó la comunicación de Marcy de que Manele no vendría en vacaciones.
–Está ocupadísimo, lo sé, hablamos todos los días. Tienen que preparar de forma inminente una presentación al más alto nivel, pienso que ninguno de ellos va a tomar vacaciones.
Quedó encantada del informe del ejecutivo, oyó lo que quería oír.
Después de despedirlo entró a tomar un reconfortante café y, con el ánimo recobrado, tomó el móvil buscando a Rafa en la agenda.
–Señorita, ¿es usted? ¿Le ocurre algo malo? Ya estaba a punto de llamarla.
–Nada de preocupar, Rafa. Sólo que estuve con una gripe muy aguda, con fiebre, y tuve que guardar cama. Me incorporaré de nuevo al máster después de vacaciones.
–Sus compañeros me preguntaron por usted, porque han organizado una cena para hoy. Contaban con usted. Aún inclusive me han invitado a mí también. ¡Han sido tan amables! Pero no sé si me atreveré a ir, fundamentalmente por si me veo fuera de lugar.
–Rafa, sería estupendo que fueras, si tú te animas, yo también voy. Llamo a la canguro ahora mismo.
Sí, le vendría bien salir, despejarse, celebrar las buenas noticias y relajarse un rato.
Tomó nota del restaurante y aprovechó la visita a Greda para comprar algún capricho nuevo, quería renovar su imagen.
Entró en una tienda pequeña de complementos y se compró un pañolón grande, de última moda, y un gracioso gorrito de punto bajo el cual caía, en cascada, su cabellera negra con mechas rojas. Le encantó su apariencia, más juvenil y bohemia, quedaría fenomenal para una cena con sus camaradas.
Poco después de regresar a casa sonó el timbre, era la vecina de al lado. En ausencia de Marcy había llegado un envío y se lo habían confiado a ella, como otras veces. Era una preciosa docena de rosas rojas recogidas con un lazo de raso color fucsia, las colocó en agua en seguida. Traían por único mensaje, escrito en una pequeña tarjeta: “De tu marido”. La tarde no podía apuntar mejor.


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