Recogió a los niños en el colegio
y pasó con ellos una tarde tranquila, enfrascada en sus conversaciones
infantiles. Les dijo que el padre no podría venir en vacaciones, a causa de su
trabajo y no se hizo esperar el enfado y la rabieta del pequeño, que tuvo que
contrarrestar con la ayuda de Pablo, el mayor, y con una sonora nalgada para el
rebelde.
Cuando se acostaron los niños
comenzó ella su preparativo. Se duchó y se arregló el pelo con pericia
profesional. Se probó varios modelos, colocándose por fin el clásico pequeño
vestido negro que le sentaba tan bien y unos zapatos de tacón. Se vistió encima
un abrigo tipo levita que abrochó con sus alamares quedando bien ajustado a la
silueta. Se encasquetó el gorrito y cambió sus pendientes de bola por unos aretes
grandes de color negro. Un poco de maquillaje, la raya en el ojo y el rojo de
labios y se encontró tan bien en su piel como nunca se había sentido. En cuanto
llegó la chica envolvió el pañolón alrededor de su cuello y se marchó de la
casa con la agradable sensación de haber retomado el control de su vida.
El restaurante seleccionado fue
el Número Dos, uno de los más recientes de la Milla de Oro de Greda, en la
planta superior del último rascacielos construido. Dejó el coche en el parking y tomó el ascensor
que se elevó a toda velocidad hasta el tope, abriéndose la puerta en la
recepción del local.
Toda la ciudad, iluminada,
quedaba a sus pies y, en las alturas, los colosos de hormigón y, entre todos
ellos, el Zeol Center y su rival legendario, el Trass Building, parecían
aquella noche haber firmado un armisticio y brillaban los dos en armonía,
formidables.
Distinguió a algunos de sus
camaradas tomando el aperitivo en la barra y, en medio de ellos, a Rafa, que
acababa de llegar.
–Señorita, está usted guapísima,
aún inclusive más de lo habitual, que ya es mucho –le dijo poniéndose colorado
como un tomate.
Se acercó al grupo sintiéndose
fuerte y serena, saludó a todos despacio, uno a uno y, una vez llegados todos
los comensales, tomaron asiento en una magnífica mesa redonda. Rafa se colocó
enfrente de ella y a su lado un compañero y al otro uno de los profesores de
máster.
Se sucedieron sobre la mesa
deliciosos entrantes del gusto de la nueva cocina como diminutas porciones de
pescado al estilo oriental, bolitas de carne trufada, foie en salsa aromática,
hortalizas miniatura y otras delicadezas cuyos nombres iban anunciando los
camareros como si fueran actores de una obra de teatro.
Marcy eligió como plato principal
cerdo salvaje hojaldrado acompañado de una copa de vino selecto y, de postre,
un helado amarillo depositado en una copa alta, engalanada con una peineta de
almendra.
–Esto da pena comérselo –dijo,
mordisqueando el crujiente.
Pendientes de las exquisiteces
que desfilaron por la mesa, dejaron la hora del café y los licores, para hablar
de los estudios y los proyectos laborales de cada cual.
La conversación se había animado
y distribuido en pequeños grupos. El profesor sentado al lado de Marcy, uno de
los de mayor edad, aprovechó para dirigirse a ella en particular.
–Perdone, estos días no ha
acudido a las clases y no se habrá enterado, pero les he presentado a sus
compañeros una propuesta para realizar un trabajo de investigación conjunto con
otras universidades, que puede ser muy positivo de cara al futuro. Usted es una
de las mejores alumnas, y domina el inglés. Pienso que podría interesarle.
Fue su padre quien la había
metido a aprender inglés desde muy pequeña y se manejaba en el idioma incluso
mejor que Manele.
–Habría que viajar a Brexals,
sólo durante tres días, para reunirse con el resto de colaboradores, pero la
universidad correrá con los gastos. Es un trabajo sobre mujeres empresarias en
países en desarrollo. Le vendría muy bien participar, Marcelina, subiría su
calificación final. ¿Qué le parece?, es para el mes de junio próximo.
Marcy se dio cuenta de que una
oportunidad así podía ser única en la vida. No podía desaprovecharla. Dijo que
sí.
Sólo tendría que organizar esos
pocos días la vida hogareña con la ayuda de la canguro.
El profesor quedó muy satisfecho
con su reacción.
–He visto que su currículo es
nulo desde que terminó sus estudios de grado. Supongo que por culpa del
matrimonio y los hijos. Es lo que les pasa a todas.
Ella asintió. El profesor
entendía bien los problemas de las mujeres.
Un rato después se sentó al lado
de Rafa. El bedel no había perdido ripio de la conversación y la felicitó por
aceptar el reto.
–Ya sabe que puede contar
conmigo, señorita, para todo lo que usted pueda necesitar.
Rafa parecía bastante cómodo
entre los estudiantes, apenas se le notaban sus manías. Hasta se atrevió a
hacerle una confidencia muy personal a Marcy.
Adoptó, de pronto, un aire serio
y se sujetó la cabeza con la mano, como pensando.
–Señorita, yo he sufrido mucho,
hace un año que se murió mi novia en un accidente de tráfico, no me había
atrevido a decírselo. Por eso procuro salir siempre que me invitan y lo voy
superando poco a poco.
Quedó cabizbajo un momento y
luego levanto la cabeza mirándola con delicadeza.
Ella quedó impresionada por la entereza
y la sensibilidad de él.
Las notas de una música suave los
envolvieron como si fueran los únicos seres vivos sobre la tierra, dos
corazones heridos.
Ella le correspondió con otra
confidencia.
–Te comprendo Rafa, yo también sé
lo que es estar sola, llevo ya un tiempo viviendo separada de mi marido.
Marcy se percató al momento de
que aquello podía prestarse a un malentendido, pero no dijo nada más.
Eran casi las tres de la
madrugada cuando decidieron terminar la agradable velada y Marcy cogió su
vehículo para volver a casa sintiéndose en la cima de su pequeño universo.
Pero no le diría nada a Manele
del trabajo de investigación, ni del máster, ni de Rafa, por no preocuparle, ya
vería la manera de hacerlo más adelante.
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