García era uno de esos empleados grises, con gafas, que hay en
cualquier empresa, que pasa desapercibido, pero que en lo suyo, en el
departamento de contabilidad, era un fenómeno. Manele lo tenía en la
consideración más elevada y lo trataba a menudo, incluso jugaban juntos
partidos de squash
en el Zeol una vez a la semana.
Marcy lo había visto de refilón, en las
celebraciones de la empresa y poco más.
Era el clásico contable, vestido como un
contable, todo calculado de pies a cabeza.
De baja estatura, trajeado siempre hasta el menor detalle, minucioso y
exquisito, llevaba los zapatos lustrosos hasta la exageración, el cabello
corto, y una cuidada barba de dos días. A pesar de su escasa altura era
atlético y estaba en una forma excelente.
Tenía fama en la compañía de darse tremendas palizas en el gimnasio,
sudando como un pollo en la sala de musculación del Zeol.
Manele lo reverenciaba por sus contactos financieros y por su
capacidad de manejar dinero y hacerlo crecer como por arte de magia, mover
cuentas, comprar y vender valores. Dijo a Marcy muchas veces que todo lo que
sabía de finanzas lo había aprendido García.
Manele hablaba mucho de él, tanto, que empezó a levantar en Marcy
cierta desconfianza.
Llegó a pensar, incluso, que Manele lo utilizaba de tapadera y que el
otro colaboraba. Que muchos partidos de
squash de los de una vez a la semana nunca habían tenido lugar y que, en ese
tiempo, Manele se divertía con la nórdica o con otras mujeres de la compañía.
El Zeol Center daba para todo. Tenía el club deportivo más distinguido
de Greda, en la penúltima planta del edificio, desde donde se disfrutaban
magníficas vistas de la ciudad. Los privilegiados capaces de pagar las elevadas
cuotas de club y los ejecutivos de la Duxa corrían allí miles de kilómetros a
bordo de las máquinas más sofisticadas y luego se relajaban en la sauna y en el
jacuzzi.
Marcy había visto aquellas instalaciones sólo una vez, se las había
enseñado Manele al poco de ingresar en la compañía.
Tenía fundados temores para sospechar de las partidas de squash de su
marido. De hecho en una cena de la compañía, un tiempo atrás, quedó en
evidencia delante de las esposas de los empelados.
Las señoras siempre se sentaban a un extremo de la mesa para hablar de
sus cosas. De improviso una de ellas, de una edad poco más o menos similar a la
suya le soltó la bomba.
Estaban hablando de la guerra que daban los niños, uno de los temas
preferidos.
–Marcy, tú no te quejes, preciosa. El otro día, allí estaba ella, en
el jacuzzi del Zeol, enganchada a su maridito mirando la puesta de sol,
teníais que haberla visto.
Marcy se quedó confusa unos instantes, sin saber que decía aquella
tipa ni que tenía que responder ella.
No dijo nada, miró hacia Manele, que al otro lado de la mesa charlaba
animado con sus compañeros y después hacia la que le había hablado.
“Si dices algo vas a meter
la pata, seguro”. Se mantuvo en silencio sonriendo, como si en efecto fuera
ella aquella mujer del jacuzzi.
Pero no lo era, era la esposa de Manele, aquel trasto viejo y gordo
que él tenía escondido en su casa mientras se divertía con las mujeres que
merecían la pena de verdad.
Después de haber oído aquello su corazón se volvió una piedra en el
medio de su pecho, una piedra que le causaba un dolor sordo.
Y con aquella piedra regresó a su casa con su marido al lado y se
acostó en la cama, cerca del borde, aislada, encogida, hasta que su cuerpo se
volvió también pétreo, y metió la cabeza bajo las sábanas y respiró un rato para
que el aire viciado le atontara el cerebro lo suficiente para dormir.
A ver si no despertaba de una puñetera vez.
Un bonito capitulo una vez más, esperaremos el siguiente...
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