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martes, 11 de diciembre de 2012

Marcy (72)



Prefería no pensar en lo que estaba sucediendo en su matrimonio. No era sólo que la rubia le hubiera arrebatado a su marido, es que además iba a tener un hijo con él. O una hija.
Quizá la niña que él tanto había anhelado y que Marcy no había podido darle.
No sabía si sus suegros estarían al corriente, pero de saberlo, hasta se alegrarían y todo. A lo mejor consideraban a Isabel más guapa o mejor partido que ella. Lo mismo les daría Isabel que la vecinita de al lado, el caso era sacársela a ella de encima y empezar a manipular a su hijo a su antojo.
Figurándose una reunión entre la feliz pareja y sus suegros en la propiedad vinícola, degustando los caldos de la casa y hablando de la futura recién nacida, Marcy se ponía negra de rabia. Y sus hijos quedarían marginados para siempre, ya se encargaría Isabel de lograrlo. Aquella arpía estaba acabando con su vida de un plumazo. Si la tuviera delante en aquel momento, le sacaría los ojos.
Ni siquiera su madre iba a ponerse a su favor.
Ni siquiera sus hijos la satisfacían ya.
En su vida no quedaba piedra sobre piedra.
Para eso, mejor meterse a puta, al juego, a la droga, o a todo a la vez para no sentir aquel fracaso.
A partir de entonces fueron diarias las visitas al estudio de arquitectura. Marcy llevaba sus obligaciones como una autómata y continuaba viendo a Rafa de vez en cuando, pero lo que de verdad ansiaba cada tarde era llegar donde Román para consumir la sustancia, alcohol y lo que pillara, y después salir con él a arrasar por los casinos y las salas de juego. Cuando ganaba algún dinero, subida en aquella gloria pasajera y espoleada por la blanca, mantenía alguna leve intimidad con Román. Para hacerlo tenía que consumir y para consumir, tenía que hacerlo.
Y consumiendo se sentía poderosa, tan poderosa que no había nada que se le pusiese por delante, conquistaría lo más alto en el mundo empresarial y conseguiría a alguien que la quisiera de una vez por todas.
Alguien capaz de llevarla a la feria de Mazello, que había una vez al año, y que lograra un peluche de premio en el tiro al blanco, de esos que son tan grandes que no sabes donde ponerlos, y se lo diese a ella y que subieran juntos a la noria y se miraran largo rato a los ojos sabiendo que lo eran todo el uno para el otro.
Eso era todo lo que quería.

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