Prefería no
pensar en lo que estaba sucediendo en su matrimonio. No era sólo que la rubia
le hubiera arrebatado a su marido, es que además iba a tener un hijo con él. O
una hija.
Quizá la niña que
él tanto había anhelado y que Marcy no había podido darle.
No sabía si sus
suegros estarían al corriente, pero de saberlo, hasta se alegrarían y todo. A
lo mejor consideraban a Isabel más guapa o mejor partido que ella. Lo mismo les
daría Isabel que la vecinita de al lado, el caso era sacársela a ella de encima
y empezar a manipular a su hijo a su antojo.
Figurándose una
reunión entre la feliz pareja y sus suegros en la propiedad vinícola,
degustando los caldos de la casa y hablando de la futura recién nacida, Marcy
se ponía negra de rabia. Y sus hijos quedarían marginados para siempre, ya se
encargaría Isabel de lograrlo. Aquella arpía estaba acabando con su vida de un
plumazo. Si la tuviera delante en aquel momento, le sacaría los ojos.
Ni siquiera su
madre iba a ponerse a su favor.
Ni siquiera sus
hijos la satisfacían ya.
En su vida no
quedaba piedra sobre piedra.
Para eso, mejor
meterse a puta, al juego, a la droga, o a todo a la vez para no sentir aquel
fracaso.
A partir de
entonces fueron diarias las visitas al estudio de arquitectura. Marcy llevaba
sus obligaciones como una autómata y continuaba viendo a Rafa de vez en cuando,
pero lo que de verdad ansiaba cada tarde era llegar donde Román para consumir
la sustancia, alcohol y lo que pillara, y después salir con él a arrasar por
los casinos y las salas de juego. Cuando ganaba algún dinero, subida en aquella
gloria pasajera y espoleada por la blanca, mantenía alguna leve intimidad con
Román. Para hacerlo tenía que consumir y para consumir, tenía que hacerlo.
Y consumiendo se
sentía poderosa, tan poderosa que no había nada que se le pusiese por delante,
conquistaría lo más alto en el mundo empresarial y conseguiría a alguien que la
quisiera de una vez por todas.
Alguien capaz de
llevarla a la feria de Mazello, que había una vez al año, y que lograra un
peluche de premio en el tiro al blanco, de esos que son tan grandes que no
sabes donde ponerlos, y se lo diese a ella y que subieran juntos a la noria y
se miraran largo rato a los ojos sabiendo que lo eran todo el uno para el otro.
Eso era todo lo que quería.
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