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martes, 18 de diciembre de 2012

Marcy (73)



Su vida pasada se le figuró un espejismo, algo imposible de vivir, y las personas de su vida pasada unos seres tristes, problemáticos, o unos seres sin la menor importancia.
Sus padres ya estaban de vuelta en su casa y se le hacía un mundo traspasar aquella puerta para visitarlos.
Él, igual de enfermo, tal y como estaba en el hospital, un poco dejado de la mano de sus médicos, que ya lo habían probado todo, postrado en la cama, y sometido a los constantes y ansiosos cuidados de su mujer.
Cada vez que iba por allí, Amelia le vertía a Marcy encima una angustia feroz.
Su madre trataba de acapararla para investigar sus secretos, alarmada por cada nueva señal que advertía en ella, la vestimenta de lujo, más provocativa de lo habitual, cargada de joyas y complementos de marca.
Por eso procuraba llevar siempre a los niños, para echárselos por delante a Amelia y distraer su atención.
Porque reprobaba el cambio de Marcy.
Amelia le dijo un día todo lo que quiso.
Que la encontraba excitada, irritada, de mal genio, con la especial receptividad de toda madre que no pasa por alto ni un detalle de su retoño.
–Hija, ¿estás comiendo bien?, ¿están bien los niños? ¿Y Manele?
Temía a aquellos interrogatorios de su madre.
–No me gusta como vas vestida, te van a tomar por lo que no eres, me lo dice tu tía.
Amelia no tardó en volver a la carga.
–Tu padre, ya ves, me lo dieron de alta, está peor que cuando ingresó.
Marcy renunció a todo intento de diálogo.
–Esos medicuchos son unos golfos, tendrías que ir a hablar y ponerlos verdes.
Le resultó normal que su madre estuviera desquiciada y no quiso enfadarse con ella.
–Tú vigila tus pasos, que no puedan llegarle habladurías a tu marido.
Saltaba de un tema a otro sin orden ni concierto, hablando atropellada, sin atender a las respuestas.
Cuando su madre le sacaba la lista de las quejas en toda regla era mejor callar y contemporizar, lo hacía de cuando en cuando y ahora con mayor motivo.
Amelia tampoco pasó por alto el accidente del pequeño. Marcy percibió cómo su madre la acusaba, sin palabras, mientras el mayor relataba lo sucedido.
–¿Dónde estaba mamá, Pablo? –interrogó la abuela.
–Es que…estaba durmiendo en su habitación, yaya –el mayor farfullaba la disculpa poniéndose colorado hasta la raíz del pelo.
Aquel niño no sabía mentir.
A veces dejaba a los niños con los abuelos, desde donde podían acudir al colegio con más facilidad que desde Mazello, porque la parada del bus caía justo al lado de su casa, y porque le daba la gana de usar su libertad y la necesitaba.
Su familia se volvió incompatible con su nueva vida, y también sus amigos.
Ni pensar en llamar a Laura y sincerarse, reconocer ante ella aquella verdad, aquel horrible fracaso. Nada de andar dando pena por ahí, eso sería lo último, no iba a darle a Laurita el gustazo de compadecerla.
Además no habría motivo para ello, ya se le ocurriría algo para salir del paso, ahora que tenía medios.
Y Rafa se le estaba haciendo cada vez más cargante, un enamorado lastimero y blandengue del que no iba a librase tan fácil, apenas respondía a sus llamadas telefónicas y le evitaba cuanto podía en la facultad; excepto si lo necesitaba como secretario, como fiel servidor, en tal caso, y con todo el descaro del mundo, le encargaba las tareas del máster.
Pero cuando no lo necesitaba le daba un trato displicente, distante.
Contaba con la ayuda de Román y eso era más que suficiente, muy por encima del alocado Nacho; un hombre de pies a cabeza, con experiencia, el tipo de tío con canas, con experiencia, el que siempre había necesitado a su lado, juntos serían capaces de todo.

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