No tardó en encontrarse a sus antiguas
amigas por Mazello. La fuerza del calor sólo permitía salir de casa a última
hora de la tarde y fue en uno de aquellos paseos con sus hijos, cuando se las
topó, casi de bruces, en el parque más cercano.
Titubeó un segundo, pero comprobó que la
habían ojeado y se vio en la obligación de seguir de frente en dirección a
ellas.
Estaban juntas, sentadas en un banco del
parque, Isabel, Sonia y Laura, de charleta, mientras cuidaban de las
pequeñas de ésta, ocupadas en sus juegos. Los niños corrieron hacia el tobogán
y Marcy se aproximó a las mujeres, que se levantaron en corrillo a saludarla.
Unas y otras se deshicieron en
exclamaciones de alegría algo artificiales y en preguntas banales, mientras
Marcy, atenta al vientre abultado de su rival, apenas se enteraba de nada.
Cuando ya la parca conversación daba
muestras de llegar a su fin, Isabel se dirigió a Marcy mirándola a los ojos.
–Me alegro de que te lo hayas tomado así de
bien.
–¡Ah, desde luego! No puedo quejarme.
Supongo que sabrás por Román que estoy muy ocupada.
Le salió así, remarcado, con descaro, con
la mayor intención de aguzar los celos que, si acaso, podía sentir Isabel.
Sintió una maldad refinada, la misma que su
propia contrincante le había enseñado tantas veces. La alumna superaba a la
maestra.
Observó que su estado no había causado
ningún estrago en la belleza de Isabel, algo más redondeados los ángulos de su
cara, continuaba manteniendo su cabellera rubia perfecta y su estilo
envidiable. Sin embargo Marcy apreció un nerviosismo mal disimulado en ella.
Laura se había apartado para vigilar a las
niñas que corrían hacia el tráfico y el encuentro se deshacía, cuando Sonia le
dijo a Marcy que ella también se marchaba y que la acompañaba.
Llamó a sus hijos para regresar a casa a
cenar y durante el trayecto, la nórdica, que a pesar del tiempo vivido en el
país aun mantenía un acento muy marcado, comenzó a hablarle.
–Marcy, yo sé que usted no tiene simpatía
por mí y desde que estoy en Brexals cerca de su esposo, todavía menos.
Estaba a la expectativa de las palabras de
Sonia mientras simulaba prestar atención a los niños. La otra seguía su
monólogo, hablando muy despacio, silabeando, trabándose de cuando en cuando.
–Pero yo la comprendo muy bien y por mí no
tiene nada que temer, y tampoco se confíe de las apariencias.
–No sé qué me quiere decir, Sonia –dijo
Marcy, como al descuido.
–No son tan felices como quieren aparecer,
puedo asegurarle que discuten mucho, no sé cómo van a terminar.
Sonia mantenía con la pareja un trato muy
cercano y estaba al corriente de todo.
Se despidieron y Marcy la vio alejarse
enfundada en un chándal y con su pelo platino recogido en una sencilla coleta.
“Me importa un pito como termine esa
bruja con mi marido”. Pero sabía que se mentía a sí misma, porque sí le
importaba.
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