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lunes, 3 de junio de 2013

Marcy (97)


No tardó en encontrarse a sus antiguas amigas por Mazello. La fuerza del calor sólo permitía salir de casa a última hora de la tarde y fue en uno de aquellos paseos con sus hijos, cuando se las topó, casi de bruces, en el parque más cercano.
Titubeó un segundo, pero comprobó que la habían ojeado y se vio en la obligación de seguir de frente en dirección a ellas.
Estaban juntas, sentadas en un banco del parque, Isabel, Sonia y Laura, de charleta, mientras cuidaban de las pequeñas de ésta, ocupadas en sus juegos. Los niños corrieron hacia el tobogán y Marcy se aproximó a las mujeres, que se levantaron en corrillo a saludarla.
Unas y otras se deshicieron en exclamaciones de alegría algo artificiales y en preguntas banales, mientras Marcy, atenta al vientre abultado de su rival, apenas se enteraba de nada.
Cuando ya la parca conversación daba muestras de llegar a su fin, Isabel se dirigió a Marcy mirándola a los ojos.
–Me alegro de que te lo hayas tomado así de bien.
–¡Ah, desde luego! No puedo quejarme. Supongo que sabrás por Román que estoy muy ocupada.
Le salió así, remarcado, con descaro, con la mayor intención de aguzar los celos que, si acaso, podía sentir Isabel.
Sintió una maldad refinada, la misma que su propia contrincante le había enseñado tantas veces. La alumna superaba a la maestra.
Observó que su estado no había causado ningún estrago en la belleza de Isabel, algo más redondeados los ángulos de su cara, continuaba manteniendo su cabellera rubia perfecta y su estilo envidiable. Sin embargo Marcy apreció un nerviosismo mal disimulado en ella.
Laura se había apartado para vigilar a las niñas que corrían hacia el tráfico y el encuentro se deshacía, cuando Sonia le dijo a Marcy que ella también se marchaba y que la acompañaba.
Llamó a sus hijos para regresar a casa a cenar y durante el trayecto, la nórdica, que a pesar del tiempo vivido en el país aun mantenía un acento muy marcado, comenzó a hablarle.
–Marcy, yo sé que usted no tiene simpatía por mí y desde que estoy en Brexals cerca de su esposo, todavía menos.
Estaba a la expectativa de las palabras de Sonia mientras simulaba prestar atención a los niños. La otra seguía su monólogo, hablando muy despacio, silabeando, trabándose de cuando en cuando.
–Pero yo la comprendo muy bien y por mí no tiene nada que temer, y tampoco se confíe de las apariencias.
–No sé qué me quiere decir, Sonia –dijo Marcy, como al descuido.
–No son tan felices como quieren aparecer, puedo asegurarle que discuten mucho, no sé cómo van a terminar.
Sonia mantenía con la pareja un trato muy cercano y estaba al corriente de todo.
Se despidieron y Marcy la vio alejarse enfundada en un chándal y con su pelo platino recogido en una sencilla coleta.

Me importa un pito como termine esa bruja con mi marido”. Pero sabía que se mentía a sí misma, porque sí le importaba.

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