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lunes, 10 de junio de 2013

Marcy (98)


Quien debía estar enfadado de verdad con ella era Román, o ella así lo creía, porque hacía tiempo que el trato con él se limitaba a darle las sumas de dinero establecidas, con precisión matemática, evitando cualquier otro contacto, no fueran a volver los fantasmas de aquel loco período vivido a su lado.
Cuando le miraba, lo que le venía a la cabeza, no era para sentirse orgullosa.
Y temía la influencia de aquel hombre poderoso.
–Buenos ojos la vean –comentó, divertido, pocos días después del encuentro entre mujeres, en el parque, cuando ella acudió a su habitual cita.
Le notó diferente, reanimado.
Desde que lo evitaba, él se comportaba algo contrariado y reservado con ella. No era que le reclamara nada, pero Marcy notaba, bajo su apariencia de perfecta educación, que ocultaba hacia ella un silencioso reproche.
En aquella ocasión le pidió sentarse un rato, dijo que prepararía un café y que tenía que contarle algo.
Marcy se disculpó por su distanciamiento.
–Es que estoy haciendo las prácticas de empresa y en seguida empezaré con el trabajo Fin de Máster. Tengo que crear una mini empresa en el mundo real, tendré que buscar un trabajador y gestionarlo todo yo sola. Estoy muy ocupada, ya lo ve.
–No se preocupe, Marcy, sus estudios son lo primero, ¿okay?
La obsequió con una sonrisa encantadora antes de continuar.
–Mire, voy a decirle algo sorprendente, algo que nos afecta a los dos, sobre esa parejita de tórtolos que nos han engañado. Es increíble.
Mantuvo unos segundos de silencio y se sacudió la cabeza para continuar.
–Su marido no es el padre del hijo de Isabel, se ha enterado hace unos días y se lió un buen escándalo. Ella quedó al descubierto y ahora viene a mí a lamerse las heridas. No sé qué es lo que pretende.
Román se explicó al detalle sobre lo sucedido. Al parecer, ella tuvo que hacerse una prueba médica para chequear la salud del bebé, un análisis que era obligatorio en madres mayores de treinta años.
–Su marido de usted estaba algo desconfiado porque le había encontrado por casualidad una factura de una clínica de reproducción asistida. Y él movió sus influencias y averiguó que el tratamiento se hizo con células de donante anónimo.
Así que Manele no era el padre del bebé que esperaba Isabel.
Los resultados de la genética habían sido concluyentes.
–Imagínese cómo se habrá puesto su marido. La echó de casa y ahora viene a que yo la recoja, que está muy arrepentida, llorando como una magdalena. ¡Como si no la conociera!
Román no podía disimular su contento.
–Mire como al final el que la hace la paga. Pero yo le he dicho que se las arregle, que ella sabrá lo que tiene que hacer, dinero lo le va a faltar, eso bien lo sé yo.
En su fuero interno, Marcy saboreó la venganza.
Manele, el atractivo y triunfador as de los negocios se venía al suelo de manera inesperada, engañado y herido, víctima de una arpía que parecía hecha a su medida.
Si Isabel salía de la vida de su marido quizá ella tuviera una nueva oportunidad.
A lo mejor ahora buscaba el apoyo de ella y de los niños, ahora que ya no le iba tan bien. Qué pasaría si Manele volvía con la intención de acercarse otra vez a ella. A buen seguro no iba a pedirle clemencia como un corderito, no era su estilo. Ella conocía bien el ego de su marido. Estaría hecho una furia, aunque nunca lo daría a demostrar.
¿Había alguna salvación para ellos? Durante años había vivido con la esperanza de un cambio en él y nunca se había producido.
Quizá era el acontecimiento que podía devolverlo al hogar de manera definitiva.

Con estas cavilaciones en la cabeza se despidió de Román hasta el próximo día.

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