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lunes, 24 de junio de 2013

Marcy (100)


Y llegó el día de la inauguración de la guardería y fue todo un acontecimiento en Mazello.
Habían repartido octavillas con la información y el ofrecimiento de una invitación para aquella primera jornada de apertura.
Muchos vecinos, padres jóvenes, acudieron a la cita y se agotaron pronto las plazas. En la vorágine de atenderles, Marcy apenas pudo prestar atención al rosario de familiares, amigos y conocidos que aparecieron por allí.
Su madre, sus tíos, Laura y su marido, Isabel, el arquitecto, Nacho y Rafa. Y el más inesperado que asomó por allí, Manele. Tuvo que echarle valor para no parecer trastornada.
“Quién demonios le habría ido con el cuento a éste”.
En cuanto saludó a su madre, una de las primeras que llegó, ésta le lanzó un guiño significativo, poniéndola sobre aviso.
Pero ni se le ocurrió que se hubiera atrevido a tanto.
Y allí estaba su marido, que nada más felicitarla dijo que se volvía a Brexals aquella misma tarde y Amelia al lado de él, sonriendo de oreja a oreja. Por un momento tuvo miedo de que se fuera a montar la gorda.
Pero unos y otros se evitaron y pronto salieron por pies de la reunión, y cuando Marcy fue a darse cuenta quedaban los últimos clientes, Arcadia y Rafa.
La nueva empresaria lucía exuberante de orgullo a la puerta de su establecimiento despidiendo a la gente rezagada.
Con Rafa a su lado, como siempre.
–Señorita, es que usted vale un montón, aun inclusive mucho más de lo que usted cree.
Siempre tan reiterativo, tan perifrástico, pero aquel día se lo perdonaba todo.
–Si no fuera por ti, Rafa...
–De ninguna manera señorita, el mérito es suyo, fundamentalmente.
Le plantó un beso en la mejilla, agarrándole la cabeza con fuerza y le dejó marcadas las huellas del rojo de labios.
–Déjame que te limpie como hacen las de aldea.
Cogió un pañuelo de papel y lo mojó con saliva y le frotó la mancha hasta que desapareció dejando un redondel colorado en la cara tan blanca de su amigo.
Él se ordenó el cabello, nervioso, y se echó una mano a la cabeza. Dijo que se iba y desapareció.
Las dos recogieron pronto los restos de la fiesta y prepararon todo para el día siguiente.
–Ese chico es un bizcochito, se le ve colado por usted.
Arcadia la sonrió con picardía mientras colocaban los muebles. Marcy le correspondió la sonrisa y se quedó pensativa.
Sentía y aceptaba el cariño de Rafa y era capaz de devolverle aunque fuera un tanto de aquel afecto, en momentos de intimidad tan dulce como ella nunca hubiera pensado que pudiera vivir con un hombre. Pero nada más.

Sabía que no estaba enamorada.

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