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lunes, 1 de julio de 2013

Marcy (101)


Se presentó a visitar a sus padres haciendo de tripas corazón.
Y es que le costaba ver a su padre tan enfermo y tenía ganas de reñir a su madre por entrometida, por haber avisado a Manele de la inauguración de la guardería, y sabía que no debía hacerlo.
“Corazón insuficiente crónico”, eso dijo su madre que había dicho el médico que le había visitado en casa, con pocos visos de recuperación, que no había nada más que hacer.
Pero sabía que su padre disfrutaba con los progresos de ella y que sería capaz, una vez más, de atender a las peroratas de su madre con resignación.
Al abrirle la puerta ya notó que Amelia le sonreía con picardía por su travesura, pero Marcy se hizo la desentendida y fue derecha a la habitación de su padre.
Pasó delante de la vitrina de donde había sustraído la estatuilla y le sobrevino una punzada de remordimiento. Con el primer dinero que ganase rescataría aquella pieza y la restituiría a su lugar. Parecía que no se habían dado cuenta de nada.
Qué vergüenza, qué decepción para sus padres si supieran las tonterías que había cometido.
Entró en el cuarto, que olía a alcohol y a medicinas, y vio que Arturo estaba despierto y que se alegró de verla. La ametralló a preguntas sobre la guardería.
Pero Marcy tenía metido en la cabeza que su padre le había contado, hacía un tiempo, que había invertido con Manele.
Se lanzó a preguntarle.
–Papá, creo que me habías dicho que habías invertido con Manele, ¿no?, enséñame los papeles a ver qué valores habéis comprado.
–Compró en Inc Corporate o algo así, ¿no lo sabes tú? Los papeles los tendrá él, que es el entendido. Yo con tener mi pensión me basta y me sobra.
Ella quiso saber la cuantía.
–Los ahorros de toda una vida, mi niña. Me prometió que subirían como la espuma.
Tuvo un mal presagio.
Tenía que preguntarle a Manele cuando regresara.
La madre estaba detrás escuchando y no perdió la ocasión.
–Lo que Manele haga, bien hecho está.
Marcy giró en redondo y de buena gana se hubiera enzarzado a discutir con ella.
Pero se mantuvo callada, haciendo como que revisaba una hilera de medicinas colocadas en una estantería. La madre siguió erre que erre.
–No te figuras, Arturo, con qué ilusión la fue a ver el día de la inauguración de la guardería.
Marcy siguió haciéndose la loca, mirando los botes de pastillas.
La madre continuó hablando excelencias de su yerno, mientras Marcy divagaba en sus pensamientos.
Ya no daría ni un paso atrás.
Y si Manele volvía con la intención de recomenzar le diría que no, que demasiado tarde, como mucho seguiría colaborando con el proyecto de los pozos de agua, eso sí, pero nada más. Volver a confiar en él, de eso nada.
Si necesitaba ahora un paño de lágrimas, después de la traición de Isabel, que volviera con Sonia. O que se fuera con la vinatera de la finca vecina a la de sus padres, que siempre había querido cazarle, con su aire lánguido de chica de pueblo inocente. No soportaba a aquella mosquita muerta de cutis de porcelana y cabello negro recto por encima de los hombros que gastaba raya egipcia en los ojos, como una actriz de cine barato. O que se recogiera en las faldas de su madre.
Le dolió recordar a todas las mujeres de Manele.

Miró a su madre y le pareció que Amelia era una de ellas, una de sus competidoras, y se fue echando pestes por dentro a la cocina a hacerse una manzanilla. Tenía el estómago revuelto.

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