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lunes, 22 de julio de 2013

Marcy (104)

Manele no tardó en proponerle un fin de semana romántico, sólo para dos.
–Os vendrá de perlas, hija –dijo Amelia–. Las parejitas necesitáis de vez en cuando hacer una escapada. Nosotros nos quedamos con los niños, ¡todo sea por la causa!
Su madre fingía a veces hartura de los pequeños, del trabajo que le daban, pero en realidad estaba sedienta de nietos.
En el umbral de su casa, la despidió Amelia, tan contenta, con un niño a cada lado.
Marcy sugirió a su marido acudir a las playas más cercanas donde tomaron un apartamento con vistas al mar y salida directa a la arena, dotado de todas las comodidades, entre ellas un buen equipo de aire acondicionado con una salida de aire sobre la cama matrimonial.
Recordó que Isabel siempre decía que el aire acondicionado era lo único imprescindible para salvar un matrimonio en verano. Lo mismo tenía razón.
Un lugar para estar en bañador de la mañana a la noche y curtirse la piel bajo el sol sin pensar en nada más.
Desde pequeña era lo que más le gustaba a Marcy de este mundo, cuando llegaba el estío con las reglamentarias vacaciones del padre, tomaban una casita en la playa, siempre la misma y podía pasarse todo el día a su manera, paseando en bici, bañándose en el mar y jugando con sus amiguitos, creciendo con ellos de año en año.
Aquellas estancias en la playa servían de bálsamo para la angustia que le tocaba pasar junto a su madre cuando Arturo perdía los nervios. La brisa del mar acababa el primer día con cualquier rastro de mal.
En cuanto llegaron al apartamento se cambiaron la ropa por el bañador y se tumbaron en la arena uno al lado del otro compartiendo toalla. Sintió por unos momentos una nueva luna de miel al lado de Manele, como entonces.
Él, absolutamente seductor, no había perdido su excelente forma, su cuerpo tenía aún una línea adolescente, pero con la fuerza de la madurez otorgándole un refinamiento que a ella le pareció irresistible. Sus modales habían cambiado mucho. La cortejaba de seguido, como antaño; y a base de arrumacos y tiernas miradas ella quedó, como en otros tiempos, rendida ante a él.
Ya oscurecido subieron al apartamento después de tomar la cena ligera en el bar de la playa, apenas tapados con un pareo.
El sirvió dos copas de licor y puso una música chill out, después se sentaron en los dos cómodos sillones de mimbre de la terraza exterior a contemplar el bello paisaje del horizonte dibujado por el mar. Tomó un cigarrillo y extrajo del bolsillo de su albornoz una bolsita pequeña. Ella reconoció el contenido.
–¿Qué?, ¿te apetece? –le dijo, divertido.
–No, cariño puede hacerme daño, estoy tomando medicinas, gracias.
Él consumió lo suyo, se acomodó al lado de ella, y le pasó un brazo sobre los hombros estrechándola contra sí.
–Tenemos que volver a ser los de antes, Mar, yo lo quiero –le dijo, mientras la miraba con fuerza a los ojos en medio de la noche, que ya había sobrevenido, punteada por las luces titilantes del pueblo costero.
Hacía mucho tiempo que no la nombraba por su apodo preferido.
El monótono ruido del oleaje que batía sin cesar y el olor a salitre la embriagaron y se dejó abrazar de la manera sistemática como Manele solía hacer. Con la perfección del conocedor, recorrió el cuerpo de ella recalentado por la radiación solar y apenas cubierto por el escueto bikini, y ella le respondió con cautela de animal herido. El amor físico entre ellos duró pocos minutos, predecible, rutinario, con escaso preparativo, y ella se dio cuenta de que apenas sintió nada con él ni por él. Algo se había quebrado y no había manera de recomponerlo.
La noche anterior a la vuelta a Mazello él mandó preparar una cena para dos, en la habitación, a la luz de las velas. Se habían bañado juntos en la gran bañera de hidromasaje, se habían perfumado y ataviado con sencillez; él lucía un aspecto radiante, sensacional.
Antes de salir para aquel fin de semana él había llamado a sus antiguos socios de Imomonde para organizar el banquete justo como despedida de las vacaciones, antes de su retorno a Brexals. Se ocupó de repetir las llamadas, ya sentados a la mesa, para obtener la confirmación de los invitados.
–Marcy, he estado pensando dejar el destino en Brexals y volver a casa contigo y con los niños, como antes. Volver a mi trabajo en Greda. Voy decirlo a la gente en esa cena.

Marcy estaba comprobando que en esta ocasión él estaba echando el resto para reconquistarla. Debía de verse bien desesperado. Pero ella no dio a demostrar su pensamiento y nada le contestó, cosa que a él pareció no importarle.

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