La noticia del accidente de la hija mayor
de Laura corrió como la pólvora.
Arcadia, que acudía casi a diario al Centro
Social, se enteró allí y se lo dijo a Marcy. La niña estaba internada en el
Hospital Infantil, ya fuera de peligro, pero había tenido unas lesiones en las
piernas tan graves que corría riesgo incluso de amputación.
Hacía poco que había sucedido el atropello
y los médicos dijeron a la familia que llevaría años la recuperación. No podría
andar en mucho tiempo, eso si es que podía volver a hacerlo alguna vez.
La niña, corriendo al salir de clase, había
sido arrollada por un coche en un paso de cebra.
Nada más ver entrar por la puerta, Laura se
lanzó a sus brazos deshecha en llanto.
–Saldrá adelante, Lau, ya verás que saldrá
adelante, Laurita es muy fuerte –acertó a decirle, mientras Laura se apartó de
ella con cierta brusquedad.
–Eso ya lo veremos.
Laura miró a su esposo con unos ojos que
habrían matado si pudieran.
–Esto sí que no te lo perdono en la vida,
Lucas, jamás te lo perdonaré ¡Jamás!
El padre había sido el encargado de recoger
a las niñas en el colegio y se decía que se había distraído hablando por el
móvil.
Él tenía cogida la mano de su hija y se
mantuvo en silencio.
–Ahora a trincar como un cabrón para tu
hija, que falta le va a hacer –continuó Laura, desatada.
Marcy no sabía a qué se estaba refiriendo
con lo de trincar.
Entretanto Arcadia, que había acudido con
Marcy a ver a la niña, permanecía en un segundo plano.
–Señores, cuando ustedes quieran y la niña
pueda, la llevan a la escuela infantil, yo le haré terapia. Por todo lo que
usted me ayudó, doña Lau.
La extranjera se había acostumbrado a
juntar el apodo con el doña, y Marcy no había sido capaz de quitarle aquel tic.
La sencillez de la joven desarmó a Laura.
Quedó parada delante de ellas con los brazos caídos, dando la espalda a su
marido.
–Yo, yo…, yo no siempre me he portado bien
–dijo con la cara desencajada de dolor.
–Cállate Lau, qué cosas dices –le replicó
Marcy.
Dejaron al matrimonio con la pequeña,
abandonando el Hospital justo en el momento en que llegaban Román e Isabel.
Por lo visto la rubia ya le había
convencido para reanudar la relación. “Qué débil eres, qué fácil de manejar”.
Y tuvo conciencia de que los hombres, todos, eran mucho más débiles de lo que aparentaban.
Marcy tomó del brazo a Arcadia y los
esquivó escondiéndose entra la multitud que circulaba por el hall del hospital.
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