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lunes, 8 de julio de 2013

Marcy (102)


La noticia del accidente de la hija mayor de Laura corrió como la pólvora.
Arcadia, que acudía casi a diario al Centro Social, se enteró allí y se lo dijo a Marcy. La niña estaba internada en el Hospital Infantil, ya fuera de peligro, pero había tenido unas lesiones en las piernas tan graves que corría riesgo incluso de amputación.
Hacía poco que había sucedido el atropello y los médicos dijeron a la familia que llevaría años la recuperación. No podría andar en mucho tiempo, eso si es que podía volver a hacerlo alguna vez.
La niña, corriendo al salir de clase, había sido arrollada por un coche en un paso de cebra.
Nada más ver entrar por la puerta, Laura se lanzó a sus brazos deshecha en llanto.
–Saldrá adelante, Lau, ya verás que saldrá adelante, Laurita es muy fuerte –acertó a decirle, mientras Laura se apartó de ella con cierta brusquedad.
–Eso ya lo veremos.
Laura miró a su esposo con unos ojos que habrían matado si pudieran.
–Esto sí que no te lo perdono en la vida, Lucas, jamás te lo perdonaré ¡Jamás!
El padre había sido el encargado de recoger a las niñas en el colegio y se decía que se había distraído hablando por el móvil.
Él tenía cogida la mano de su hija y se mantuvo en silencio.
–Ahora a trincar como un cabrón para tu hija, que falta le va a hacer –continuó Laura, desatada.
Marcy no sabía a qué se estaba refiriendo con lo de trincar.
Entretanto Arcadia, que había acudido con Marcy a ver a la niña, permanecía en un segundo plano.
–Señores, cuando ustedes quieran y la niña pueda, la llevan a la escuela infantil, yo le haré terapia. Por todo lo que usted me ayudó, doña Lau.
La extranjera se había acostumbrado a juntar el apodo con el doña, y Marcy no había sido capaz de quitarle aquel tic.
La sencillez de la joven desarmó a Laura. Quedó parada delante de ellas con los brazos caídos, dando la espalda a su marido.
–Yo, yo…, yo no siempre me he portado bien –dijo con la cara desencajada de dolor.
–Cállate Lau, qué cosas dices –le replicó Marcy.
Dejaron al matrimonio con la pequeña, abandonando el Hospital justo en el momento en que llegaban Román e Isabel.
Por lo visto la rubia ya le había convencido para reanudar la relación. “Qué débil eres, qué fácil de manejar”. Y tuvo conciencia de que los hombres, todos, eran mucho más débiles de lo que aparentaban.

Marcy tomó del brazo a Arcadia y los esquivó escondiéndose entra la multitud que circulaba por el hall del hospital.

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