No dijo ni una palabra en todo el trayecto
hacia la comisaría.
Una vez llegaron a su destino, fue
conducida a una sala cuyo único mobiliario eran tres sillas alrededor de una
mesa rectangular, algo desvencijada, situada debajo de una potente lámpara colgante.
Una de las paredes era de cristal negro, para visionar desde fuera la pieza.
–Puede usted llamar a quien desee. Tiene
derecho a un abogado, recuérdelo –dijo el inspector.
Los hombres abandonaron la sala y la
dejaron con la policía, la cual la cacheó minuciosamente y tomó su cartera,
después salió y dejó sola a Marcy con la única compañía de su teléfono móvil.
Sus manos temblaban tanto que apenas podía sostenerlo con la firmeza suficiente
para marcar el número de Rafa. Su amigo contestó a la primera.
–¡Rafa! ¡Te lo pido por Dios, Rafa! Estoy
en un apuro muy gordo. Tienes que ir a hablar con el director de la Duxa
Limited, se llama Raúl. Dile que vas de mi parte, que estoy detenida en
Brexals. Explícale todo lo que sabes, porque es la única persona que puede
ayudarme.
Al borde del llanto, le explicó las
acusaciones que pesaban sobre ella.
–Es urgente ¡Vete ahora mismo!
–Ahora mismo, señorita. Ha debido de haber
algún error, usted tranquila, que lo arreglaremos… Ya estoy saliendo de la
facultad... Ya me imagino por dónde van los tiros, tranquila, que en cuanto
sepa algo, la llamaré yo.
Se cortó la comunicación y, encogida de
miedo, se quedó mirando el teléfono, como queriendo forzarle para que sonara,
contando el tiempo que a Rafa le tomaría llegar donde Raúl.
Pero no pensaba amedrentarse. Después de
todo lo que había luchado en los últimos meses no pensaba doblegarse por ningún
motivo, por grave que fuera. Además, ella no había hecho nada malo, habría
algún malentendido, seguro.
Cuando sonó el teléfono ya se encontraba
con ganas de presentar batalla de la manera que fuera precisa. No había
transcurrido ni una hora entera cuando sonó, era Raúl quien hablaba.
–Marcy, ya me han puesto al corriente, ha
sido objeto de un engaño horroroso. Ya me ha dicho Rafa que García conoce lo
que puede estar ocurriendo y le voy a enviar junto con nuestro equipo jurídico
a Brexals en el primer vuelo.
El tono de sus palabras actuaba como un
bálsamo, un balón de oxígeno en medio de aquella agonía.
–No se puede consentir este atropello. Por
la tarde llegarán para acompañarla y defenderla. Diga sólo lo que ellos le
indiquen, Marcy. Si usted es mi chica favorita, mi número uno.
–Número nada –dijo ella.
–Número uno –recalcó él–. Odio verla
sufrir. Pero saldremos de esto, seguro ¡Se lo prometo!
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