Le sirvieron sólo
un leve refrigerio al mediodía y lo consumió, con desgana, en presencia de una
funcionaria. Cuando ésta se retiró, portando la bandeja, pasó el inspector y
ocupó una silla enfrente de la suya.
–Miss Marcelina,
tendrá que explicar qué ha hecho con la pasta.
Piense bien en lo que diga, porque hemos pillado a todos sus cómplices,
están detenidos.
–Sólo hablaré en
presencia de mi abogado –respondió Marcy con serenidad.
–Está bien, está
bien. Mañana será puesta a disposición judicial.
El inspector se
levantó con brusquedad y cogió el móvil de ella, lo guardó en un bolsillo, y se
fue sin decir ni otra palabra.
A Marcy ya no le
cabía ninguna duda sobre lo que estaba sucediendo.
De sobra sabía que
había sido una loca imprudente confiando en Manele y en Román. Ahora, a ver
cómo iba a apañárselas, porque sabía que Manele se la tenía bien guardada, por
haberle rechazado. Y estaba cumpliendo sus amenazas.
Y ella, lo que le
estaba pasando, se lo tenía bien merecido.
Pasaron siglos para
ella en las escasas cinco horas que tardaron en llegar, pero no perdió ni un
minuto, recapitulando en su cabeza todo lo que había ocurrido y lo que sabía
por otras personas de las andanzas de aquellos truhanes.
Cuando se anunció
que pasaba el abogado tenía en su mente, aprendido de memoria, todo lo que
tenía que decirle acerca de lo sucedido. El letrado la informó de que, al igual
que ella, habían sido detenidos Lucas y Sonia y que ésta podría ser extraditada
a su país.
Había saltado el
escándalo financiero aquella mañana, cuando el juez encargado de delitos
económicos de La Unión había pedido la inmovilización de unas cuentas en un
paraíso fiscal que estaba bajo sospecha. Ella era titular de alguna de ellas,
Lucas también.
El juzgado había
actuado así ante las denuncias de una serie de inversionistas a los que se les
había negado el capital invertido, y Marcy además figuraba como firmante de
contratos con los capitalistas, al igual que Sonia.
–García ya me ha
dicho que usted ha firmado los documentos, engañada, Marcy –afirmó el letrado.
–No sé cómo he
podido ser tan loca, pero yo…, yo jamás he tenido intención de robar, ni he
robado, y voy a demostrarlo.
Explicó con todo
detalle al abogado que firmó de buena fe aquellos papeles, confiada en que su
marido captaba aquel dinero como donaciones voluntarias para países en
desarrollo.
–Todo apunta a que
su marido se ha involucrado en una estafa piramidal. Los inversores, llevados
de su codicia, cayeron en el señuelo de una alta rentabilidad y él se iba
quedando con los fondos. Hasta que estalló todo el pastel.
Una estafa, y la
había involucrado a ella también.
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