La
condujeron a una dependencia donde pasó la noche tumbada en una pequeña litera,
sin poder dormir ni un instante. La desfachatez del hombre con el que había
formado una familia no conocía límites, había tenido que llegar a una celda de
dos por dos para percatarse de ello. Y repasó mentalmente todos los momentos
vividos con él en busca de los signos que tenían que haberla alertado, los
rastros que tenían que haberla hecho desconfiar de él desde el principio y que
no vió llevada por su tonto romanticismo.
Ya
de madrugada la avisaron para acudir al juzgado. La llevaron a un aseo y le
dieron unos útiles de cuidado personal desechables. Se duchó y vistió de nuevo
su misma ropa, que no se había quitado en toda la noche, desoyendo las
indicaciones de la funcionaria que le había ofrecido un pijama de papel.
El
abogado y García la esperaban a la puerta del juzgado. Al ver a este último,
Marcy sintió un nudo en la garganta como para ponerse a llorar. Echó la cara
hacia atrás, se recompuso, y le saludó con afecto.
–Qué
bien que estás aquí –le dijo en voz baja al oido.
Fue
llamada a declarar, y pasó acompañada del letrado, quien presentó su informe.
El juez, tras revisarlo con detenimiento, hizo sonar su mazo con determinación.
–Queda
en libertad bajo fianza de un millón de euros, que depositará en las próximas
cuarenta y ocho horas.
El
escrito, que afirmaba de manera inequívoca la inmediata devolución de los
fondos, había surtido efecto. Salieron los dos, eufóricos, a decírselo a
García, llamaron a Raúl para que fuera preparando el dinero, y partieron
despepitados hacia el aeropuerto.
Pasó
al cuarto de baño antes de tomar el vuelo y observó en el espejo su traje
arrugado, su pelo revuelto; se mojó las manos y se las pasó, chorreando, por el
cabello y después por la ropa, y salió taconeando con fuerza, a comerse el
mundo.
En
aquel momento el recuerdo de las horas pasadas se le hizo tan lejano como si
hubiera sufrido un mal sueño, como si le hubiera ocurrido a otra persona.
Durante
el viaje de regreso a Greda el abogado y García no pararon de hablar.
Le
explicaron que los de Imomonde habían proyectado un nuevo negocio, los mismos
tres de entonces, pero se cruzó Isabel y les alteró todos los planes. Empezó un
antagonismo bestial entre Román y Manele y eso dio al traste con todo, acabaron
haciendo cada uno la guerra por su cuenta.
Isabel,
que había empezado como secretaria de Román y luego se había convertido en su
pareja, había querido cambiarle por Manele, que despuntaba en Brexals como el
ejecutivo de mayor crecimiento en La Unión.
Que
estuviera casado, eso no debía ser ningún inconveniente.
Eso
le dijeron los dos, que había sido la comidilla de toda Greda.
Y
ella sin enterarse.
–El
caso de Román y Lucas es más grave. Les han pescado en un escándalo de
corrupción a nivel de gobiernos y eso no es tan fácil de arreglar como lo de
las cuentas. Aunque esa gente, al final, siempre libra…, al precio que sea–. El
letrado quedo en silencio un rato, como abstraído.
–Hay
ministros en el banquillo –terció García–, y Román pringaba con ellos de fondos
oficiales destinados a la construcción y mantenimiento de edificios públicos.
–Lucas
actuó sólo como hombre de paja, el cerebro de la operación fue Román –apostilló
el letrado–, claro que la justicia no va a tocarle, de momento.
Llegaron
al aeropuerto de Greda, casi sin enterarse, enfrascados en la conversación, y
la llevaron a su casa. La vivienda estaba solitaria, silenciosa, como si nada
hubiera pasado, y lo mejor de todo, nadie de su entorno familiar se había
enterado de nada.
Le
dio un tremendo corage pensar que su marido, Manele, no hubiera tenido que
pasar por aquel infierno que ella había sufrido, siendo el verdadero culpable
de todo aquello. Y le apeteció echar por
la ventana todas las prendas del estafador.
“Una
estúpida ironía de mi estúpido destino por haberme unido a un hombre así”.
Estaba
loca por abrazar a sus pequeños, nada más llegar se plantaría a la puerta del
colegio a esperar que salieran y comérselos a besos.
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