Cada vez que oía a
León hablar así de Manele más se encendía su rencor hacia su todavía marido.
–Ayúdenos, Marcy, y
se lo sabremos agradecer. Tiene que testificar en su contra. Nuestro abogado
pedirá al juez una nueva comparecencia para que usted haga otra declaración. Mi
esposa tiene razón, Román quedará con secuelas permanentes, todo por culpa de
ese bastardo.
Quedó callado, a la
espera de la reacción de Marcy. Al ver que no se producía, la esposa intervino.
–León tiene toda la
razón, Marcy, no podemos admitir algo así. Mi hijo clama venganza.
–Hay una grabación
que su marido ha presentado en su defensa, pero está cortada justo cuando
empezó la discusión, así que no le ha servido de nada –continuó el esposo.
–Yo, la verdad…, yo
casi preferiría dejarlo todo como está. Ya he tenido bastante – respondió
dubitativa.
León perdió la
compostura y comenzó a vociferar mientras daba vueltas en torno a la mesa.
–No, señora, no,
¡Negativo! Usted no sabe con quién está hablando. No me haga perder la
paciencia.
Se detuvo un rato,
pensativo, y volvió a sentarse, más calmado.
–Espere…, hagamos
un trato. Su padre está muy grave del corazón, tiene una enfermedad terminal y
va a morirse si no se hace algo, ¿no es así?
Marcy entró en
pánico.
–¿Qué tiene que ver
mi padre en esto?
–Mucho, Marcy,
mucho. Yo le doy a usted un corazón sano para su padre si usted nos ayuda.
Aunque lo hubiera
leído mil veces en los periódicos, que existía tráfico ilegal de órganos, al
oírlo en ese momento le pareció que aquello no era posible, que no le podía
estar ocurriendo a ella algo así.
Sintió una mezcla
de espanto, vértigo y curiosidad.
–Eso no puede ser.
–¿Necesita pruebas
de que lo que digo es cierto? Va a presenciar de lo que es capaz nuestra
organización. No conocemos límites, señora.
Tomo un ordenador
portátil de una mesa y lo conectó al enorme televisor de plasma que presidía la
sala.
Presenciaron una
película durante veinte minutos y después Marcy se fue de aquel hotel indicándole
al abogado que iniciara las actuaciones pertinentes.
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