–¡Alo, Marcy! Estoy aquí, en Greda,
haciendo unas gestiones. ¿Te tomas un café?
Era el enólogo de
la bodega de sus suegros, al teléfono. Él no sabía el estado del padre de Marcy
y le presentó disculpas, le dijo que quedarían más adelante, que no había
prisa.
Pero Marcy prefirió
salir de aquel ambiente opresivo del sanatorio y distraerse durante un rato.
Quedaron en un bar
del centro para el día siguiente por la mañana, antes de que él tuviera que
regresar a la finca.
Cuando ella entró
en el local, bastante concurrido a aquella hora, revisó con disimulo, una por
una, las caras de los señores maduros, dubitativa. Hacía siglos que no veía al
enólogo. Un tipo agitó la mano por encima de la gente y salió a su encuentro.
Estaba desconocido, muy estropeado, avejentado, obeso, barrigudo; unas chapetas
delatoras en su cara, surcadas de pequeñas venitas moradas, daban la sospecha
de alcoholismo, quizá hasta de cirrosis.
Pero en cuanto él
comenzó a hablar, Marcy se dio cuenta de que su cabeza estaba perfecta, era el
mismo hombre cabal y bonachón de siempre.
–Por ti no pasan
los años, pareces una niña. No como yo, que estoy para que me echen a los
lobos.
–Si tú estás como
siempre, hombre…
Ocuparon el mismo
lugar en la barra donde estaba el enólogo, delante de él un vaso enorme,
mediado de vino. Ella pidió un café.
–¿Aguantas el vino
ya desde la mañana? Yo no podría –dijo ella mientras le observó beber el vino
como si fuera agua.
–Hija, qué quieres,
a uno ya le quedan pocos placeres en la vida –él soltó una risotada–. Perdona,
me imagino que no estás de humor.
–No te preocupes,
al contrario, me vendrá bien charlar contigo, el encierro del hospital me está
volviendo chiflada. Total, no podemos hacer nada, es una tortura, sobre todo
para él. Pero cuéntame, ¿cómo tú por aquí?
–Comprando
productos para la bodega que entran por vía marítima. Ya tú sabes.
–¿Qué tal por la
finca?
–De mal en peor.
Ahora lo último es que Manele está en la bodega, para quedarse, ha pedido un
permiso en la Duxa. No le queda más remedio que hacerse cargo, si no quiere que
todo se vaya al garete.
–¿Tan mal está el
negocio?
–Nos ha salido
algún cliente respondón en el extranjero. Han detectado aditivos..., pero por
ese lado no hay mayor problema, porque aquí son legales.
–¿Entonces?
–Ha saltado el tema
del cambiazo de las etiquetas–. Le dijo en voz baja casi al oído.
Marcy percibió el
aliento agrio del hombre.
–Está denunciado un
distribuidor de los nuestros. Veremos qué se le ocurre ahora a Manele para
salir de ésta.
–¿Manele estaba en
el rollo?
–Quién iba a estar…
Era el que se llevaba casi todos los beneficios.
El mantuvo silencio
unos breves momentos.
–Esto no puede
saberse, Marcy, puede caerme un buen marrón. No sé si me comprendes.
–Yo como si no lo
hubiera oído.
Ella ya había
terminado su café. Él apuró su vaso de un trago y se limpió la boca con una
mano.
Sacó unas monedas
del bolsillo y las lanzó sobre la barra en dirección al camarero.
–Vamos a hacer una
cosa, dentro de unos días te llamo, para saber de tu padre. Ahoya ya no tengo
tiempo para más, me esperan en la finca. ¿Quieres que te acerque al hospital?
Me coge de camino.
Ella esperó a la
puerta del aparcamiento subterráneo y a los pocos minutos salió el enólogo
conduciendo su furgón. Marcy se acomodó en el asiento del acompañante y miró
hacia atrás. El vehículo iba repleto de tanques de plástico, en cuyas etiquetas
sólo figuraban letras mayúsculas y números, debían ser los aditivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario