Llamó por teléfono
a su madre para decirle que iba a aprovechar a dar una vuelta por su piso y por
la guardería, que estaba loca por ver a sus hijos, y que iba a quedarse esa
noche a dormir en casa con ellos.
Encontró el jardín
de infancia aún mejor de cómo lo había dejado. En los cristales exteriores
lucía cartelería nueva de alegres colores que explicaban los servicios que se
ofertaban. Al entrar apreció una agradable sensación de limpieza y perfume
infantil.
Arcadia acababa de
bañar a uno de los bebés y empezaba a vestirlo.
–Déjame hacerlo a
mí.
Y se puso a
completar la tarea observando la belleza del pequeño, desnudito, tan sólo
cubierto por el pañal. Se agachó sobre aquella cabecita llena de rizos morenos.
Siempre le había encantado el olor de los bebes.
–¡Huele a vida!
No podía imaginarse
mayor contraste que el que había entre la unidad donde estaba su padre y aquel
lugar lleno de savia nueva.
–Estoy muy
contenta, Arcadia, por lo bien que te las has arreglado, y por lo bien que has
atendido a mis hijos. Nunca te lo podré pagar.
–Qué cosas dice
usted, Marcy, si yo estoy súper encantada.
Observó algo nuevo
en los ojos de la empleada.
Arcadia corrió a la
oficina y trajo unos impresos con el membrete del Ministerio de Educación.
–Me informé, Marcy,
puedo convalidar y en seis meses, no más, tener el título oficial de jardín de
infancia.
–Eso sería
estupendo. Te traspasaría el negocio, que yo ya tengo bastante.
La joven estaba
eufórica, pero a Marcy le pareció que aún había algo más.
Se produjo un
silencio tenso, y Arcadia empezó a sonreír con picardía.
–No sé qué le
parecerá a usted, si me lo aprueba…
–Aprobarte, ¿el
qué?
–Es que el señorito
Rafa me está echando los perros.
Marcy la miró a la
cara sin entender palabra.
–No sabe lo que
digo –Arcadia se rió, nerviosa–. Que me quiere conquistar.
Marcy había intuido
que era eso.
–Venga ya, tenéis
todo el derecho. A ti, ¿te gusta?
–Marcy, si hasta me
ayuda en la guardería.
La inmigrante
abrazó a Marcy emocionada.
–Ahora lo que falta
es que se le cure su papá.
Marcy no pudo
reprimir una lágrima rebelde. Parpadeó con rapidez y se puso las gafas de sol.
No, no podía permitirse ninguna debilidad.
–Me voy a recoger a
los niños al cole, Arcadia, que los tengo abandonados. Por cierto, ¿Laurita y
sus padres siguen viniendo por aquí?
–Sí, siguen
viniendo, y la niña va muy mejorada. Y también viene otra amiga de usted.
–¿Otra amiga?
–Sí, doña Isabel,
ha traído a sus dos sobrinos, los hijos de su hermana. Un bizcocho de hembra,
Marcy, y paga buen dinerito –hizo el gesto característico de contar monedas con
su mano derecha.
Se la veía
encantada a Arcadia y Marcy no quiso indisponerla contra Isabel.
“A ésa no me la
saco de encima, pero todo sea por la causa”. Y se despidió de la joven sin
poner ningún inconveniente.
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