Desde que su padre estaba tan grave tenía
la necesidad, cuando estaba con sus hijos, de tenerlos muy cerca de su cuerpo,
incluso, por la noche, les hacía dormir en la cama matrimonial, uno a cada lado
de ella, y los mantenía sujetos, pegados a ella, como si fuera para evitar que
alguien se los llevara durante el sueño.
“Qué cosa más absurda”.
Pero si no lo hacía así, no pegaba ojo.
No apreció en los niños ninguna secuela por
toda la agitación que estaba ocurriendo en su vida en los últimos meses y,
sobretodo, en los últimos días. Parecían tan alegres como siempre, con ganas de
jugar a todas horas. Aún no sabían nada de la gravedad de su abuelo.
Aquella noche se quedaría a dormir con
ellos, en casa y, a la mañana siguiente, volvería al hospital después de dejarlos
en el colegio.
Preparó de cena espaguetis con tomate, su
plato preferido, y les consintió comerlos mientras veían en la televisión su
serie favorita de dibujos animados.
Se quedó absorta mirándoles comer con buen
apetito y hablar entre ellos sobre lo que estaban viendo, imitando los
movimientos y los dichos de los personajes con sus voces cantarinas, que a
Marcy le parecían música celestial.
Mientras ella se tomaba un plato de sopa
instantánea, recibió la llamada de su madre con la buena noticia de que el
padre estaba mejor; durante la tarde habían empezado un tratamiento nuevo y
había reaccionado de manera favorable, aunque dentro de la gravedad.
Cuando pasó por el hall de entrada para
acostar a los niños se fijó que cerca de la puerta, en el suelo, había un sobre
de correos. No lo había visto al entrar.
Lo abrió y leyó el papel que decía que al
día siguiente, sin falta, acudiera a la finca de sus suegros en La Vitia.
Pensó, lo primero de todo, en llamar a su
amigo el enólogo, para ver si sabía algo.
“Mejor le envío un mensaje diciendo que
me llame él, urgente”.
Estuvo esperando un buen rato hasta que
recibió su llamada. Le explicó que había recibido aquella convocatoria de sus
suegros.
–Me lo temía. Desde hace unos días están
que trinan contra ti. Cuando nos encontramos en Greda no me atreví a decírtelo.
–¿Qué es lo que está pasando?
–¡Uhhh! Que el abogado de Manele sabe que tú vas a
declarar otra vez y que puede ser contra él y se han enterado de que tienes
motivos para hacerlo. Allí no se habla de otra cosa.
–¿Manele está por allí?
–Hoy salió de viaje, le llevará unos días.
–Pues tendré que ir a la finca. Mañana, ¿te
parece?
–Eso mismo. Me alegraré de verte por aquí.
Su amigo no sabía que lo que más temía ella
de sus suegros era que pudieran soltar sus secretos del pasado a los cuatro
vientos, sobretodo la vergonzosa manía del juego y todos los horribles engaños
que tuvo que hacer en aquella época a sus seres más queridos.
No podría soportar que sus hijos se
enterasen de todo aquello.
Tenía que evitarlo como fuera.
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