El
banquete de bodas consistió en una comida encargada en un restaurante cercano,
para los pocos que se quedaron con los novios después de la ceremonia.
Marcy
hubiera querido marcharse también, no se sentía de humor.
Sirvieron
un menú de crema de pescado y, como segundo plato, “carne de boda”, como Marcy
siempre había llamado al clásico redondo de carne asada, cortada en lonchas y
con su salsa encima. Se podía comer. Y para acabar una pequeña tarta con dos
novios de plástico encima.
–Le
agradezco, señorita, un millón, que se haya quedado –le dijo Rafa, cuando al
final de la comida fue saludando a cada uno de los comensales.
Rafa
estaba muy guapo, con su pelo rubio bien cortado, tan delgado y tan fino, era
de esa clase de hombres a los que les queda bien el traje, parecía haber nacido
con uno puesto. Le dio a Marcy una cajita con bombones y a Raúl un puro. Volvió
a acercarse al oído de ella.
–Éste
sí señorita, indudablemente, éste sí que sí –le dijo, y fue a ocuparse de otros
invitados.
Pero
Marcy no consiguió centrarse en la celebración ni participar en la alegría de
los novios.
Laura
e Isabel, sentadas a una cierta distancia, no paraban de chismorrear. Se habían
puesto unos vestidos a media pierna, de raso demasiado brillante para aquella
hora del día y se habían echado el joyero por encima sin contemplaciones.
Cuando
Marcy se levantó para ir al cuarto de baño fueron detrás de ella a retocarse el
maquillaje. Marcy las observó en el espejo manejando los cosméticos con
precisión.
–Lo
tuyo va viento en popa, chica. ¡Hay que ver! –dijo Isabel.
La
rubia se apartó un poco del espejo y alzó el busto como si fuera a echarse a
volar.
–¿Qué
opinas? –preguntó por preguntar, porque se la veía exuberante.
–Estás
estupenda, Isa, como que has crecido, ¿no?
–Hay
que animarse, chica –dijo, mientras se estiraba la ropa y se echaba hacia atrás
su melena rubia–. Mira a Laura, quién la ha visto y quién la ve.
Laura
se maquillaba los labios en rojo fuerte, tan tersos y brillantes que delataban
el artificio que llevaban dentro.
“Para
mi gusto, excesivo”.
La
aludida continuaba cargando una nueva capa de brillo de labios. Cuando acabó
miró a Isabel a través del espejo.
–Nada,
nada, para éxito el de Marcy –dijo, sonriente, estirando los labios–. Liada con
el jefazo. ¡Toma ya!
No
sabía cómo tomarse las chanzas de las amigas, sabía que iba a tener que
soportar aquella clase de puyas.
–Ya,
ya…–dijo la rubia–. Está bien bueno el jefazo, ¡sí que lo está! Tú sácale lo
que puedas, no seas tonta. ¿Ya dejó a la
casada?
Por
lo visto sabían de la relación de Raúl con la ex de Nacho, debían estar metidas
en todas las comidillas de Greda.
Marcy
no dijo nada. Incluso le pareció que el descaro de Isabel, antes tan fresco y
natural, el que tanto admiró, escondía ahora una profunda insatisfacción, un
resentimiento.
Salió
del baño, casi sin responderles y se dirigió derecha hacia Raúl.
–¿Nos
largamos, querido? Me está empezando a doler la cabeza.
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