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lunes, 6 de julio de 2015

Marcy (206)


El banquete de bodas consistió en una comida encargada en un restaurante cercano, para los pocos que se quedaron con los novios después de la ceremonia.
Marcy hubiera querido marcharse también, no se sentía de humor.
Sirvieron un menú de crema de pescado y, como segundo plato, “carne de boda”, como Marcy siempre había llamado al clásico redondo de carne asada, cortada en lonchas y con su salsa encima. Se podía comer. Y para acabar una pequeña tarta con dos novios de plástico encima.
–Le agradezco, señorita, un millón, que se haya quedado –le dijo Rafa, cuando al final de la comida fue saludando a cada uno de los comensales.
Rafa estaba muy guapo, con su pelo rubio bien cortado, tan delgado y tan fino, era de esa clase de hombres a los que les queda bien el traje, parecía haber nacido con uno puesto. Le dio a Marcy una cajita con bombones y a Raúl un puro. Volvió a acercarse al oído de ella.
–Éste sí señorita, indudablemente, éste sí que sí –le dijo, y fue a ocuparse de otros invitados.
Pero Marcy no consiguió centrarse en la celebración ni participar en la alegría de los novios.
Laura e Isabel, sentadas a una cierta distancia, no paraban de chismorrear. Se habían puesto unos vestidos a media pierna, de raso demasiado brillante para aquella hora del día y se habían echado el joyero por encima sin contemplaciones.
Cuando Marcy se levantó para ir al cuarto de baño fueron detrás de ella a retocarse el maquillaje. Marcy las observó en el espejo manejando los cosméticos con precisión.
–Lo tuyo va viento en popa, chica. ¡Hay que ver! –dijo Isabel.
La rubia se apartó un poco del espejo y alzó el busto como si fuera a echarse a volar.
–¿Qué opinas? –preguntó por preguntar, porque se la veía exuberante.
–Estás estupenda, Isa, como que has crecido, ¿no?
–Hay que animarse, chica –dijo, mientras se estiraba la ropa y se echaba hacia atrás su melena rubia–. Mira a Laura, quién la ha visto y quién la ve.
Laura se maquillaba los labios en rojo fuerte, tan tersos y brillantes que delataban el artificio que llevaban dentro.
“Para mi gusto, excesivo”.
La aludida continuaba cargando una nueva capa de brillo de labios. Cuando acabó miró a Isabel a través del espejo.
–Nada, nada, para éxito el de Marcy –dijo, sonriente, estirando los labios–. Liada con el jefazo. ¡Toma ya!
No sabía cómo tomarse las chanzas de las amigas, sabía que iba a tener que soportar aquella clase de puyas.
–Ya, ya…–dijo la rubia–. Está bien bueno el jefazo, ¡sí que lo está! Tú sácale lo que puedas, no seas tonta.  ¿Ya dejó a la casada?
Por lo visto sabían de la relación de Raúl con la ex de Nacho, debían estar metidas en todas las comidillas de Greda.
Marcy no dijo nada. Incluso le pareció que el descaro de Isabel, antes tan fresco y natural, el que tanto admiró, escondía ahora una profunda insatisfacción, un resentimiento.
Salió del baño, casi sin responderles y se dirigió derecha hacia Raúl.

–¿Nos largamos, querido? Me está empezando a doler la cabeza.

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