La boda fue un acto sencillo y rápido.
Marcy llegó al consistorio acompañada de Raúl, cuando los contrayentes ya se
encontraban esperando por el alcalde, en primera fila de la sala de bodas, que
estaba casi vacía. Los novios iban
vestidos como si no fueran a casarse, salvo por el detalle de una flor grande
de tela que Arcadia llevaba prendida en la solapa de su traje de falda corta.
Marcy les saludó y después Raúl.
–Señorita, era inclusive la manera de que
ella pueda tener su residencia definitiva –dijo Rafa, como disculpándose.
–Podré traer mi niña conmigo –dijo la
novia, sonriente.
El alcalde hizo su entrada y Marcy se dio
la vuelta para buscar sitio.
Un pequeño grupo de gente estaba detrás
charlando. Marcy pudo distinguir, de una ojeada, a la madre de Rafa, conocidos
de la facultad y de la guardería.
Y en la última fila ocupada estaban, solas,
Laura e Isabel. No esperaba encontrárselas. Marcy se situó al lado de sus
antiguas amigas, escoltada por Raúl.
Se saludaron con brevedad porque ya
empezaba la ceremonia. Marcy observó que cuchicheaban acerca de Raúl, el que
fuera jefe de sus maridos cuando estos pertenecían a la Duxa Limited. Laura
estaba a su costado y parecía dispuesta a no callarse mientras la autoridad
hacía prometer a los novios.
–Caray, que pronto lo cazó la inmigrante, y
tú no me hacías caso –susurró en el oído a Marcy.
Comprobó que el cirujano ya había empezado
su trabajo en la cara de Laura, que ya lucía sin arrugas, sin bolsas en los
párpados y con los labios más abultados de lo normal.
Se daba un aire a alguna famosa de la
televisión.
–Te veo muy guapa, Lau. Las niñas, bien,
¿no?
–Bien, bien. Qué opinas de Isa, ¿no la ves
más… desarrollada?
Mantenían su conversación, imperceptible,
mirando al frente. Marcy adelantó la cabeza para ver a la otra y observó que,
en efecto, su silueta lucía más voluminosa que antes.
“Esto es una verdadera epidemia”.
Cuando terminó el acto salieron primero las
tres, con Raúl, a la puerta de la sede municipal, y después el resto de los
invitados. Laura repartió unos puñados de arroz, que lanzaron al nuevo
matrimonio, una nevada de granitos blancos que quedaron enganchados, rebeldes,
entre los rizos de la cabellera de Arcadia, tan relucientes como su sonrisa y
la de su marido, brillando con el sello de la felicidad.
El sol de invierno alumbraba en la mañana
con una claridad cegadora.
–Pero bueno, Isa, ¿qué tal? ¿Román? –preguntó
Marcy.
–Cada vez mejor. Deseando ser yo la
siguiente, que conste –contestó Isabel, echando el busto hacia delante.
Marcy pensó que, al menos por aquella vez,
era sincera. La rubia fue hacia la novia y le arrebató el ramo de rosas blancas
de la manera más descarada del mundo. Lo sujetó con ambas manos y se lo puso
sobre su pecho recién estrenado.
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