–Este año la calidad es extraordinaria.
Estamos preparando las mejores barricas para hacer una partida de gran reserva
–dijo el especialista.
Estaban escuchando con atención al enólogo
cuando oyeron algo así como un grito.
–¿Qué habrá sido eso? –preguntó Manele.
–Serán los perros, a veces se pelean. Voy a
echar un vistazo.
Antes de que el enólogo saliera de la nave,
apareció en la puerta la novia de Manele con la cara desencajada y los ojos tan
abiertos que parecían saltársele de las órbitas.
–Manele, tienes que venir.
El aludido se fue detrás de su novia y al
poco regresaron a la nave principal.
Su semblante reflejaba pánico contenido.
–Ha pasado algo terrible –dijo–. Venid
conmigo.
Los tres marcharon detrás de la pareja y se
dirigieron hacia la nave vieja.
Allí había cuatro depósitos enormes, ya
deslucidos, anticuados. Marcy los identificó enseguida, eran los que estaban
antes en la nave principal y que habían sido reemplazados por los nuevos que
acaban de ver.
–Mira por ahí, por el ventanuco –dijo Manele
al enólogo, señalando uno de ellos.
El aludido miró a través del cristal y al
momento volvió la cara descompuesto.
–Es el subdirector –dijo, lacónico–. Pero,
¿cómo habrá ido a parar ahí?
–No tengo ni idea –respondió Manele, a
punto de echarse a llorar.
Raúl se acercó después, a atisbar por el
ventanuco.
–Marcy, tú mejor no mires, querida –le
dijo, apartándola lejos de la cuba.
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