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lunes, 2 de septiembre de 2013

Marcy (110)


Su marido le anunció, mediante una llamada desde la casa de sus padres en La Vitia, que él mismo llevaría a los niños al campamento de verano al que iban todos los años, que él mismo les había comprado el equipamiento necesario; y también la informó de que por su parte no iba a ver ni un euro más, que se encargaría directamente de los gastos de los niños y punto.
Sintió una monstruosa soledad. Sin sus hijos, perdiendo sus amistades, en la agonía de su matrimonio, sin tener quién se ocupara de las necesidades económicas en las que nunca tuvo que pensar, y embarcada en los gastos de sus estudios y de la pequeña empresa.
La responsabilidad la estremeció. No quedaba más remedio que dar un paso al frente o hundirse en la miseria.
“Bien, podré con todo yo sola, fuerza, fuerza, Marcy. ¡Fuerza!”.
Cuando llamó al timbre del estudio del arquitecto y se encontró con que Isabel le abría la puerta, quedó desconcertada.
–Hola, Isabel –dijo, fingiendo la mayor naturalidad–. ¿Está Román? Tengo que hablar con él un momento.
–Sí…, pasa, Marcy –dijo la otra, en voz bien alta para ser oída.
Apareció en seguida Román, enfundado en un albornoz oscuro de tejido tan rico que parecía un abrigo de calle. La saludó con su perfecto estilo y le ofreció café.
Observó cómo Isabel lucía también ropa doméstica muy elegante. Parecían contentos los dos.
–¿En qué puedo ayudarla, señora? –preguntó él.
Reparó en que Isabel se había quitado del medio yendo al cuarto de baño.
Le rogó el dinero necesario para salvar la pieza propiedad de sus padres.
–¿Qué se ha creído usted?  Es indignante. Ya no me aporta el dinero como habíamos convenido y me da de lado, con todo lo que yo he hecho por usted. ¿Me ha tomado por un banco?
–Román, no es por mi culpa. Manele hace un tiempo que ya no me transfiere dinero, pero en cuanto me haga otra entrega, yo vengo y se lo doy, no se preocupe.
El otro se dirigió a su mesa de dibujo, tecleó un código numérico y abrió una cajita que se encontraba adherida debajo de la mesa. Sacó un billete de quinientos.
–¿Es suficiente con esto?
–Sí, muchas gracias. Yo se lo devolveré, Román.
Poco después apareció Isabel en el estudio, y se preparó un café, parecía distendida, alegre.
–¡Chica, Marcy! Manele nos llamó porque quiere organizar una cena, todos juntos, como en los viejos tiempos, como él dice. Estamos entusiasmados, que conste. Todavía no se sabe donde va a ser.
Quedó impresionada con el desparpajo de Isabel. No la encontró tan deprimida como Laura le dijo, sólo le advirtió una leve nostalgia. Había cazado de nuevo a su presa y, para colmo, su captura estaba radiante de felicidad a su lado.
Se encontraba delante de una gran maestra del cinismo.
Dejó a la pareja al poco rato, apabullada por las maquinaciones de la que fuera su amiga.
Había obtenido el dinero suficiente para salir del apuro, pero tenía por delante una vida por resolver. Con Román ya no había nada que hacer. Tampoco quería incordiar a Nacho y mucho menos recurrir, a aquellas alturas de la vida, a sus padres.
Deambuló por las calles, pensativa, hasta que marcó en el móvil el número de Rafa.
Él era su único confidente y le lanzó toda su angustia por teléfono, hablando sin parar, mientras daba vueltas y más vueltas por las aceras de Mazello. El bedel le sugirió la idea de meterse a trabajar con Arcadia en la guardería.
Y no se lo pensó. Fue derecha a la guardería a hablar con Arcadia.
Ampliarían el horario, montarían colonias de vacaciones para los hijos de los veraneantes. Y después terminaría el master y lucharía por un trabajo a su medida en Lank Corporate.
Podría con todo por sí misma, todo era cuestión de proponérselo.

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