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lunes, 21 de julio de 2014

Marcy (156)

  
–¡Alo, Marcy! Estoy aquí, en Greda, haciendo unas gestiones. ¿Te tomas un café?
Era el enólogo de la bodega de sus suegros, al teléfono. Él no sabía el estado del padre de Marcy y le presentó disculpas, le dijo que quedarían más adelante, que no había prisa.
Pero Marcy prefirió salir de aquel ambiente opresivo del sanatorio y distraerse durante un rato.
Quedaron en un bar del centro para el día siguiente por la mañana, antes de que él tuviera que regresar a la finca.
Cuando ella entró en el local, bastante concurrido a aquella hora, revisó con disimulo, una por una, las caras de los señores maduros, dubitativa. Hacía siglos que no veía al enólogo. Un tipo agitó la mano por encima de la gente y salió a su encuentro. Estaba desconocido, muy estropeado, avejentado, obeso, barrigudo; unas chapetas delatoras en su cara, surcadas de pequeñas venitas moradas, daban la sospecha de alcoholismo, quizá hasta de cirrosis.
Pero en cuanto él comenzó a hablar, Marcy se dio cuenta de que su cabeza estaba perfecta, era el mismo hombre cabal y bonachón de siempre.
–Por ti no pasan los años, pareces una niña. No como yo, que estoy para que me echen a los lobos.
–Si tú estás como siempre, hombre…
Ocuparon el mismo lugar en la barra donde estaba el enólogo, delante de él un vaso enorme, mediado de vino. Ella pidió un café.
–¿Aguantas el vino ya desde la mañana? Yo no podría –dijo ella mientras le observó beber el vino como si fuera agua.
–Hija, qué quieres, a uno ya le quedan pocos placeres en la vida –él soltó una risotada–. Perdona, me imagino que no estás de humor.
–No te preocupes, al contrario, me vendrá bien charlar contigo, el encierro del hospital me está volviendo chiflada. Total, no podemos hacer nada, es una tortura, sobre todo para él. Pero cuéntame, ¿cómo tú por aquí?
–Comprando productos para la bodega que entran por vía marítima. Ya tú sabes.
–¿Qué tal por la finca?
–De mal en peor. Ahora lo último es que Manele está en la bodega, para quedarse, ha pedido un permiso en la Duxa. No le queda más remedio que hacerse cargo, si no quiere que todo se vaya al garete.
–¿Tan mal está el negocio?
–Nos ha salido algún cliente respondón en el extranjero. Han detectado aditivos..., pero por ese lado no hay mayor problema, porque aquí son legales.
–¿Entonces?
–Ha saltado el tema del cambiazo de las etiquetas–. Le dijo en voz baja casi al oído.
Marcy percibió el aliento agrio del hombre.
–Está denunciado un distribuidor de los nuestros. Veremos qué se le ocurre ahora a Manele para salir de ésta.
–¿Manele estaba en el rollo?
–Quién iba a estar… Era el que se llevaba casi todos los beneficios.
El mantuvo silencio unos breves momentos.
–Esto no puede saberse, Marcy, puede caerme un buen marrón. No sé si me comprendes.
–Yo como si no lo hubiera oído.
Ella ya había terminado su café. Él apuró su vaso de un trago y se limpió la boca con una mano.
Sacó unas monedas del bolsillo y las lanzó sobre la barra en dirección al camarero.
–Vamos a hacer una cosa, dentro de unos días te llamo, para saber de tu padre. Ahoya ya no tengo tiempo para más, me esperan en la finca. ¿Quieres que te acerque al hospital? Me coge de camino.
Ella esperó a la puerta del aparcamiento subterráneo y a los pocos minutos salió el enólogo conduciendo su furgón. Marcy se acomodó en el asiento del acompañante y miró hacia atrás. El vehículo iba repleto de tanques de plástico, en cuyas etiquetas sólo figuraban letras mayúsculas y números, debían ser los aditivos.

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