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lunes, 15 de junio de 2015

Marcy (203)


La nave vieja era el clásico lugar de casa de campo que se acaba convirtiendo en el cementerio de la maquinaria en desuso y toda clase de trastos, con las vigas llenas de telas de araña polvorientas, donde sólo acudían con asiduidad los gatos de la finca a perseguir ratones.
Acababan de dar con un hombre, muerto con seguridad, metido en uno de los antiguos depósitos de vino, y no sabían que hacer. El enólogo fue corriendo hacia la puerta de entrada, rebuscó en unos desconchones de cemento y volvió con rapidez.
Le mostró a Manele una llave herrumbrosa.
–Mejor que cierres la puerta –le dijo.
Como el aludido no respondía, él mismo se volvió, cerró el portón por dentro, y regresó con los demás.
–Tengo que entrar a ese depósito –dijo Manele, saliendo de su estupor.
Se dirigió a la escalerilla exterior con la intención de trepar hacia la abertura superior.
–Manele, ni se te ocurra –dijo el enólogo, reteniéndolo por el brazo.
–Tiene razón, no lo hagas –dijo Raúl.
Pero se zafó de la mano de su colaborador y subió la escalera con agilidad.
Levantó la tapa y tuvo que apartar la cara del hedor que desprendía la cuba, que pronto se expandió por toda la nave.
Las mujeres le observaban a distancia, asustadas. Los hombres se acercaron, de nuevo, al ventanuco.
Manele sacó un pañuelo y se lo puso sobre la nariz y la boca, se lo ató en la nuca con un nudo y se metió en el depósito. Sonaron sus pasos bajar por la escalerilla metálica interior y luego, al momento, volver a subir.
Salió por la tapa del depósito y la cerró.
–Manele, vamos a hacer una cosa, cierra esa tapa, hermética –dijo el enólogo.
Manele hizo lo que le pidió, apretando con fuerza un mecanismo parecido al cierre de una botella de gaseosa, y bajó despacio, peldaño a peldaño.
Se sentó sobre una jaula de gallinas que estaba allí tirada, abandonada y sucia y se quedó callado, con la cabeza entre las manos. El enólogo abrió las ventanas de la nave para que se fuera el olor putrefacto y las volvió a cerrar en seguida. Se dirigió a su amigo.
–Esos cabrones, se lo han cargado –dijo Manele.
–Como se las habrán arreglado para entrar aquí –dijo el enólogo–. No lo habrás tocado…
–No, no, como voy a tocarlo…–respondió Manele.
–Habrá que dar parte. Antes o después, hay que hacerlo –dijo Raúl.
Ellas asintieron en silencio.



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