–Papá esta en el Hospital otra vez, hija,
ha tenido una recaída.
La noticia se la dio su madre cuando, tras
recoger a los niños del cole, llegaban de visita a casa de los abuelos, a los
que hacía unos días que no veían.
Sabía que cualquier día oiría algo así.
–¿Qué fue lo que pasó, mami?
–Otra crisis cardiaca, y además con
infección a la sangre, es lo que me dijeron los médicos esta mañana. Se puso
muy malito y tuve que llamar a la ambulancia. De momento está en cuidados
intensivos y no permiten visitas hasta mañana. No quería llamarte, hija,
preferí decírtelo cuando llegaras.
El semblante de Amelia era triste, aunque
no lloraba; Marcy pensó que ya se le habían agotado las inútiles lágrimas
sufriendo por Arturo, a la vista de su agravamiento de día en día.
–Llevaba unos días cada vez peor, no
respiraba bien, casi no comía, la fiebre le subía cada tarde… Los médicos me
han dicho que puede que no salga de ésta.
–Bueno, mami, ¡eso lo veremos!, ya sabes
que papá es muy fuerte.
Quiso tranquilizar a la madre de aquella
manera, aunque en su interior el miedo a perderlo comenzó a encoger su corazón.
–¿Qué le pasa al abuelo?, no está en su
cama –Pablo volvió del cuarto vacío asustado.
–No le pasa nada, cariño –dijo Marcy–, sólo
que se ha puesto un poco enfermo y lo están curando en el Hospital, sólo eso,
¿vale?
Los niños corrieron a la salita, donde
solían tener algunos juegos para entretenerse durante las visitas a aquella
casa.
Ni por lo más remoto se le ocurrió decir a
su madre lo ocurrido en su trabajo. Era tanta la ilusión que habían depositado,
que pensó que si, por lo que fuera, el padre se enterase, se moriría a buen
seguro.
–Manele va a venir el sábado, mamá, vamos a
celebrar una cena con los amigos –Marcy sabía que aquel tipo de informe
encantaría a su madre.
–¡Qué bien, hija!, ya que tienes a tu
marido, cuídalo. Ya me ves a mí, sin mi marido al lado, ¿qué es lo que hago
aquí? No soy nada sin él.
Ahora sí, las lágrimas acudieron a los ojos
de Amelia, y Marcy extendió los brazos para estrecharla y llorar con ella en
silencio.
–A pesar de todo lo que hemos pasado, lo es
todo para mí. Hay gente que esto no lo concibe.
Marcy la comprendía a la perfección y la
apretó más fuerte.
Aquel día no acudió a su cita con Rafa.
Salió de casa de sus padres con los niños y se encaminó a la suya.
Su pensamiento estaba concentrado en su
padre, enganchado a las máquinas para sobrevivir. Se había ido acostumbrando a
la idea de que la enfermedad iba a tener muy mala solución y que ya la vida de
él había perdido toda calidad humana, pero, aun sin reconocerlo, se aferraba a
la esperanza de un milagro. A la esperanza de que apareciera un donante.
Acostada sola en su cama, durmiendo ya los
niños en su cuarto, su cabeza daba vueltas de un asunto a otro sin poner nada
en claro, salvo que, a pesar de todas las contrariedades, estaba haciendo lo
correcto.
Recordó una oración infantil y rezó, y
después suplicó, y exigió, con el cuerpo tenso, haciendo vanos esfuerzos por
dormir.
“¡Valor, papá!, ¡Resiste, papá!, ¡Lucha,
papá, no te dejes vencer!”. Su mente rogó una y otra vez aquella letanía
hasta que quedó rendida en el sueño.
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