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lunes, 3 de marzo de 2014

Marcy (136)



–Papá esta en el Hospital otra vez, hija, ha tenido una recaída.
La noticia se la dio su madre cuando, tras recoger a los niños del cole, llegaban de visita a casa de los abuelos, a los que hacía unos días que no veían.
Sabía que cualquier día oiría algo así.
–¿Qué fue lo que pasó, mami?
–Otra crisis cardiaca, y además con infección a la sangre, es lo que me dijeron los médicos esta mañana. Se puso muy malito y tuve que llamar a la ambulancia. De momento está en cuidados intensivos y no permiten visitas hasta mañana. No quería llamarte, hija, preferí decírtelo cuando llegaras.
El semblante de Amelia era triste, aunque no lloraba; Marcy pensó que ya se le habían agotado las inútiles lágrimas sufriendo por Arturo, a la vista de su agravamiento de día en día.
–Llevaba unos días cada vez peor, no respiraba bien, casi no comía, la fiebre le subía cada tarde… Los médicos me han dicho que puede que no salga de ésta.
–Bueno, mami, ¡eso lo veremos!, ya sabes que papá es muy fuerte.
Quiso tranquilizar a la madre de aquella manera, aunque en su interior el miedo a perderlo comenzó a encoger su corazón.
–¿Qué le pasa al abuelo?, no está en su cama –Pablo volvió del cuarto vacío asustado.
–No le pasa nada, cariño –dijo Marcy–, sólo que se ha puesto un poco enfermo y lo están curando en el Hospital, sólo eso, ¿vale?
Los niños corrieron a la salita, donde solían tener algunos juegos para entretenerse durante las visitas a aquella casa.
Ni por lo más remoto se le ocurrió decir a su madre lo ocurrido en su trabajo. Era tanta la ilusión que habían depositado, que pensó que si, por lo que fuera, el padre se enterase, se moriría a buen seguro.
–Manele va a venir el sábado, mamá, vamos a celebrar una cena con los amigos –Marcy sabía que aquel tipo de informe encantaría a su madre.
–¡Qué bien, hija!, ya que tienes a tu marido, cuídalo. Ya me ves a mí, sin mi marido al lado, ¿qué es lo que hago aquí? No soy nada sin él.
Ahora sí, las lágrimas acudieron a los ojos de Amelia, y Marcy extendió los brazos para estrecharla y llorar con ella en silencio.
–A pesar de todo lo que hemos pasado, lo es todo para mí. Hay gente que esto no lo concibe.
Marcy la comprendía a la perfección y la apretó más fuerte.
Aquel día no acudió a su cita con Rafa. Salió de casa de sus padres con los niños y se encaminó a la suya.
Su pensamiento estaba concentrado en su padre, enganchado a las máquinas para sobrevivir. Se había ido acostumbrando a la idea de que la enfermedad iba a tener muy mala solución y que ya la vida de él había perdido toda calidad humana, pero, aun sin reconocerlo, se aferraba a la esperanza de un milagro. A la esperanza de que apareciera un donante.
Acostada sola en su cama, durmiendo ya los niños en su cuarto, su cabeza daba vueltas de un asunto a otro sin poner nada en claro, salvo que, a pesar de todas las contrariedades, estaba haciendo lo correcto.
Recordó una oración infantil y rezó, y después suplicó, y exigió, con el cuerpo tenso, haciendo vanos esfuerzos por dormir.

“¡Valor, papá!, ¡Resiste, papá!, ¡Lucha, papá, no te dejes vencer!”. Su mente rogó una y otra vez aquella letanía hasta que quedó rendida en el sueño.

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