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lunes, 31 de marzo de 2014

Marcy (140)


–Hay que ver… ¡Otra vez juntas, chicas! –dijo Isabel, eufórica, tendiéndole a Marcy una copa de vino con ademanes tan refinados como los de una estrella de cine– ¿Cómo estás?
A mí ya no me engañas, bruja, te conozco”. Compartió bebida con las que fueron sus amigas y el pasado vivido con ellas le pareció tan remoto y extraño como si no le correspondiera.
Le dirigió a Isabel una mirada casi pérfida y le contestó al saludo.
–No tan bien como tú.
Y bebió semejante trago de vino que casi vació la copa.
Laura, vestida con una falda gris y una blusa azul, parecía la asistenta de Isabel. Ésta iba impecable en su vestido ajustado de corte perfecto, color fucsia, y movía su melena haciendo tintinear sus joyas sin parar. Nunca pasaba desapercibida.
Los hombres, que hacían al lado otro grupito, no iban a la zaga en su imagen personal. Aunque dentro de un estilo casual, la calidad de las telas y colores, los perfectos cortes de cada pieza, demostraban a las claras la más alta selección. En este terreno competían sobretodo Román y Manele; Lucas, tanto por su tipo más orondo, como por su manera de ser en ese particular, no llegaba a la altura de los otros dos.
Marcy no se involucró en la conversación de ellos, fútbol y coches de lujo.
Los niños correteaban sin descanso alrededor de la mesa, disputándose los juguetes, y los mayores hacían tiempo, hasta que Pancho anunció que podían sentarse para comenzar la cena. Los pequeños fueron instalados en una mesa redonda, mientras los seis mayores se colocaron en la gran mesa central rectangular. Cada lugar estaba establecido en un cartelito donde también figuraba el menú.
Pancho les había preparado el menú especial de la casa, largo y estrecho, con infinidad de platos de los mejores de la cocina tradicional que era su punto fuerte, pero presentados en racioncitas minúsculas para no cargar el estómago: carne de buey, pescado al horno, verduras y patatitas nuevas, recien recolectadas de la huerta del propio restaurante.
–Vais a disfrutar de lo lindo. ¡Por los viejos tiempos! –dijo el restaurador.
Todos entrechocaron sus copas sonrientes, después Pancho sirvió la cena.
Pancho colocó todas las raciones en el centro de la mesa, dando lugar a un incesante y alegre movimiento de los comensales para tomar cada uno su porción, mientras, el vino tinto, rosado o blanco, según cada plato, corría a buen ritmo, sobre todo entre los hombres. En la mesa contigua los pequeños disfrutaban de sus platos favoritos, que Pancho les había preparado sólo para ellos.
Llegó un momento en que parecían disolverse los años de distancia trascurridos desde la época de Imomonde.
Ya estaban concluyendo la cena con una variedad de helados y pastelillos, cuando Manele se puso en pie porque quería anunciarles algo.
–¡Perdonadme chicos! Sólo un momento para decir que tengo el gusto de presentaros a la nueva gestora de fondos internacionales, ¿verdad, Marcy? Vamos, no seas tan discreta y dinos unas palabras.
Ella se levantó, jaleada por la concurrencia, sin saber por dónde salir del aprieto.
–¡Que hable!, ¡qué hable! –dijeron los demás.
–Pues bueno, yo no tengo ningún mérito en ello, pero esperamos hacerlo lo mejor posible y obtener grandes beneficios para todos.
Un cliché como otro cualquiera. No sabía por qué Manele la hacía salir al ruedo con aquel descaro.
–¡Qué callado te lo tenías, pillina! Cuidado, Manele, que tu mujer va a mandar más que tú…–dijo Román entre risitas.
El arquitecto lanzó la cuchufleta dando muestras de un ya evidente estado de embriaguez, sus ojos brillantes y su apariencia acalorada le delataban.
Marcy notó un temple de confrontación en Román, oculto debajo de su broma.
–Pondré todo mi empeño en este nuevo proyecto –prosiguió Marcy–, y aprovecho para deciros que estoy muy contenta de que nos reunamos de nuevo toda la panda, aunque sea con algún kilito y alguna cana de más.
La chanza levantó carcajadas y todos brindaron por el reencuentro.
Los pequeños ya alborotaban con sus juegos, instalados en unos escalones descendentes que daban a la puerta de salida de la sala, brincando de uno en otro por ver cuál abarcaba más de un solo salto.
La conversación de los padres crecía en volumen, favorecida por los chupitos de licor que Pancho repartió con generosidad, ya que todos volverían a su casa a pie. Fueron desgranando recuerdos de antaño, alternando con chistes subidos de tono, y la reunión llegó a un punto de euforia y hermanamiento entre las tres parejas.

Parecía que el tiempo no hubiera pasado, que volvían a ser jóvenes de nuevo.

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