Tres días después del ingreso de Román en
el hospital el juez llamó a declarar con urgencia a todos los adultos presentes
en el comedor del restaurante cuando ocurrieron los hechos. También acudió el médico de guardia que se
había encargado del paciente desde el primer momento, el cual llevaba un
portafolio con documentación.
Con quien más tiempo se tomó el juez fue
con Manele. Se habían producido contradicciones entre los declarantes y el juez
le tenía en el punto de mira.
En la misma puerta del juzgado, donde se
encontraban todos, pasando por turno a hacer su declaración, se detuvo un
vehículo de alta gama del que descendieron los padres de Román con el hombre
del traje elegante y la cartera.
“Ese debe ser el abogado”. Y para su
sorpresa, nada más verla, se dirigieron a ella para pedirle hablar más tarde
con detenimiento de todo lo sucedido y ella les respondió que faltaría más. Le
dejaron una tarjeta con la dirección de un hotel de Greda donde estaban
alojados y quedaron allí a las siete de la tarde.
Marcy dejó a los niños en la guardería y
acudió puntual a la cita.
–Pase, señora –dijo el del traje, abriendo
la puerta de la enorme suite.
Los padres de Román, muy respetuosos, la
invitaron a sentarse en un bello sofá de flores con textura de seda. El padre tomó
la palabra el primero.
–Mi nombre es León. Supongo que no esperaba
que la llamásemos –dijo con prudente cortesía acomodándose en una butaca de
piel marrón capitoné.
Mientras tanto, su esposa encargó al
servicio del hotel café y bebidas, que aparecieron con diligencia, acarreadas
sobre una preciosa mesa de metal y cristal con ruedas.
El camarero sirvió a todos según su deseo,
mientras la gente permanecía en silencio. Nada más que el sirviente abandonó el
cuarto el padre prosiguió.
–Marcelina, Marcy, mejor, según creo, ¿no
es así? Tenemos indicios de que su esposo ha tenido más que ver de lo que
parece en la desgracia de nuestro hijo.
Tomó un pequeño sorbo de su café y se puso
en pie en el centro de la habitación.
–Queremos pedirle que testifique en su contra.
Sea o no sea verdad si fue un accidente, sabemos que ha sido un hijo de puta
con Román. Y lo va a pagar, vaya que si lo va a pagar. Román nos tenía al
corriente de todas las fechorías que le hizo el tal Manele.
Quedó cabizbajo unos segundos.
–Y con usted no ha sido mejor, sabemos cómo
la ha maltratado, hemos hecho averiguaciones. Tendrá la oportunidad de
resarcirse.
Desde luego aquel caballero estaba
acertando en la rabia acumulada que sentía contra su marido. Sólo con oírle
decir aquello al padre de Román, si lo tuviera delante, le pegaría un tiro si
tuviera con qué hacerlo.
–El médico nos ha dado esperanzas por la
evolución que está teniendo y ha presentado un informe al juzgado indicando que
por el tipo de lesiones que tiene, la caída pudo haber sido provocada por
alguien. Sólo falta que usted declare que Manele le empujó y lo metemos en la
cárcel, que es donde debe estar. ¿No le parece? Hay que meterle mano como sea.
Marcy se sintió confusa ante lo que acababa
de oír. Desde luego, Manele era un sinvergüenza pero no había empujado a Román
ni le había causado más heridas que las humillaciones, que eran su
especialidad.
Pero aquella era una oportunidad de oro
para vengarse de él.
–Discúlpenme señores, pero tengo que pensar
en todo esto.
Tomó el resto de su café de un sorbo y se
levantó para marcharse.
El del traje elegante la acompañó a la
puerta.
–Yo soy el abogado, señora. No se alarme,
estaremos en contacto.
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