Ya se había iniciado el curso académico en
la facultad y los estudiantes pululaban, cargados de libros y apuntes, en un
hervidero de actividad. Marcy sintió una especie de extrañeza al verse allí de
nuevo. Como si hubiera pasado muchísimo tiempo desde la última vez.
Vio a Rafa en su lugar, detrás del
mostrador de recepción, luciendo su aspecto habitual, tan pulcro y un punto
anticuado, tan tierno. Fue hacia él y le dio dos besos estirando su cuerpo por
encima del tablero.
–¿Tendrás un momento cuando acaben las
clases? –le preguntó.
Esperó a que la marabunta de estudiantes
fuese abandonando el centro y el bedel pudiera cerrar su puesto de trabajo.
Fueron a la cafetería, el que fuera su cuartel general.
Rafa pidió un bocadillo y un refresco.
Marcy sólo quiso una botella de agua. Su amigo la miró con extrañeza.
–No tengo apetito, Rafa.
Se sentaron en la mesa de siempre, desde
donde se divisaban magníficas vistas del Parque Central que en ese momento ya
lucía las infinitas tonalidades otoñales de verde, naranja y amarillo.
–Sé que estará sumamente preocupada por su
padre, señorita, como no podría ser menos. Pero lo primero de todo es que usted
tiene que cuidarse, que ha pasado mucho, y la salud es lo primero.
Nadie se había interesado jamás por ella
tanto como Rafa. Nadie. Ni siquiera sus propios padres.
–Tengo que decirte algo, Rafa, algo muy
delicado.
Le explicó con todo detalle lo sucedido con
los padres de Román, lo que le exigían, la espantosa filmación que le habían
mostrado.
–No crea eso, señorita. Aún inclusive esa
grabación es falsa, con el único propósito de forzarla a usted. Pudiera ser que
lo que vio ni siquiera fuera la operación de una persona. Se valen de métodos
así de siniestros para conseguir lo que quieren.
A Marcy le parecía que Rafa era la persona
más inteligente y fiable que había conocido en su vida.
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