Nada más ver la cara de la madre, a la
puerta de la habitación del hospital donde Arturo estaba ingresado, se dio
cuenta de lo que iba a decirle.
–Hija, papá se puso muy grave… No pudo
aguantar la infección. Se fue apagando como una vela y…, se murió.
Marcy lanzó un grito de dolor casi animal.
Permaneció abrazada a su madre un tiempo indefinido.
–¿A que no merecía la pena seguir viviendo
a costa de sufrir de esa manera? –dijo la madre, apartándose con suavidad– No
había nada que hacer.
Marcy vio que en la cara de Amelia, pálida
como la cera, no había lágrimas.
La dominó un acceso de llanto y dejó
aflorar toda la tensión acumulada, apoyadas las manos en el canto de una mesa,
sin ver nada más que su dolor, después miró a su madre a la cara.
–Quiero verlo, mamá.
–Pasa.
El cadáver estaba pendiente de ser retirado
del cuarto, su cara, tan afilada, apenas recordaba al que fuera su tan querido
y odiado padre.
–¡Papá!, ¡Papá! –le reclamó, como porfiando
con él por no haberla esperado.
El tono se su voz bajó hasta convertirse en
un susurro.
–Papi, te quiero, nunca te lo dije lo
suficiente. Papi, te perdono, te perdono…
Echó la cara abajo para que su madre no la
viera, aunque ésta había quedado unos pasos atrás, como respetando aquel
diálogo final.
Quedaron sentadas las dos en unas sillas
contiguas, cogidas de la mano, hasta que los empleados del tanatorio hicieron
su aparición para llevar a cabo su oficio.
Marcy llamó a su antigua canguro para que
se ocupara de los pequeños y se dejó llevar por la situación, con la mente en
blanco, insensible.
Al día siguiente, a las cinco de la tarde,
después de un sinfín de caras que saludaban y se condolían con ella y con su
madre, tuvo lugar la misa. Reconoció a antiguos compañeros de trabajo de su
padre, a sus tíos, vio también a Arcadia, García, Raúl y Rafa. Terminó la
ceremonia y salieron al exterior de la iglesia, a esperar. El féretro fue
arrastrado por una cinta transportadora a la sala de cremación. Tres horas
después, cuando sólo unos pocos las acompañaban, llamaron a Amelia para que
recogiera el sarcófago ovoide que contenía las cenizas.
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