Los integrantes de la misión estaban
ansiosos por recibir a los visitantes del primer mundo y les obsequiaron con
unas porciones de comida típica, una especie de guiso farináceo con algunas
briznas de carne, casi invisibles, y un vaso de leche rosada.
Les mostraron las instalaciones y después
un panel de corcho, con las fotografías de los niños entregados en adopción.
–Por cierto, ¿comprobáis bien el destino de
los niños? –preguntó Marcy.
–Lo comprobamos todo, con todos sus papeles
legales cien por cien.
–Pero lo verificáis bien de verdad, ¿no?
Raúl la miro, perplejo por la insistencia
de Marcy.
Ella no dejaba de recordar aquella película
ni un sólo día.
–Algún día te diré lo que estoy pensando
ahora mismo –dijo, en voz baja, a Raúl.
Después salieron al exterior, donde un sol
abrasador lanzaba llamaradas de fuego desde su zenit. Todo en derredor era
tierra seca, estéril, a cada paso se levantaba una tremenda polvareda. Los
animales, escuálidos, merodeaban entre la gente.
Y en medio de todo ello las caras de los
niños, alegres, sonrientes, de piel de ébano y pelo corto y duro como el
alambre.
Casi llevados en volandas por la
chiquillería llegaron a un pozo de agua recién construido, donde unas mujeres
ataviadas con túnicas de vivos colores extraían el líquido con cubos de
plástico.
Hacía un calor terrible y la luz era
cegadora, Marcy no estaba acostumbrada a aquel clima tan extremo.
Sintió la inminencia de un desvanecimiento
y se sentó en el bordillo de hormigón. Raúl le acercó una botella de agua y
ella retiró el tapón y se la echó por encima de la cabeza.
–Mataría ahora por un vaso rebosante de
tres tercios bien frío.
Era una mezcla de sangría, naranja y
gaseosa, a partes iguales, que a ella le encantaba en verano.
Al lado de donde estaba sentada, se leía en
una placa de metal incrustada en el cemento: “Duxa Limited”.
Se puso en pie y abrazó a Raúl.
–Ha merecido la pena el viaje –dijo él.
Miró a la cara a los chiquillos que los
rodeaban y vio detrás de cada cara la de sus propios hijos. Asintió con la
cabeza.
Allí ya no había falta de agua limpia.
Se sintió más orgullosa que nunca de
pertenecer a una gran compañía.
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