No había tardado en presentarse
la quiebra de la división financiera de Lank Corporate dejando el camino libre
de competidores a la Duxa. Los empleados fueron recolocados en otras sedes de
la la corporación y el Trass Building quedó convertido en un edificio fantasma,
una sombra de lo que había sido, allí plantado, desocupado, haciendo un feo
contraste con los demás rascacielos de la Milla de Oro de Greda.
No volvió a saber de Nacho hasta
que un día se lo encontró, por casualidad, con su hijo, por las calles de
Mazello, cuando ella iba a hacer unos recados a su antigua vivienda.
Se tropezó con él de frente, no
hubo manera de esquivarlo.
–¡Cuánto tiempo guapetona! ¿Qué
es de tu vida?
Parecía como si nada hubiera
pasado.
–Trabajando Nacho, ya sabes, a
los pobres no nos queda otro remedio. ¿Tú? –dijo ella, circunstancial.
No sabía dónde meterse.
–Me he pedido un año sabático, me
decidí a hacer la tesis. Luego ya veremos.
Se quedaron en silencio unos
segundos. Nacho le dio unas monedas a Miguelito y el niño corrió a un kiosco
cercano a comprar golosinas.
A Marcy no le pareció que su
antiguo compañero estuviera resentido con ella.
–También voy a un psicoanalista.
Marcy le miró interrogante.
–Después de lo que pasó me dio un
bajoncillo..., pero estoy mucho mejor, oye.
Ella no le encontraba nada
decaído.
–Me alegro un montón, Nacho.
Ella se atrevió a ir más allá. Lo
había pensado muchas veces.
–Yo tengo que estarte muy
agradecida. Tú me abriste los ojos. Mucho de lo que tengo ahora te lo debo a
ti, no creas que se me olvida.
El pareció algo incómodo. El niño
ya se acercaba con las chuches.
–¡Ja! ¡ja! No me sirvió de mucho
para conquistarte, maja –dijo, soltando una risotada detrás de otra.
Ella se quedó parada.
–¡Dice el psicoanalista que estoy
enamorado de ti!
Le pareció otra vez el mismo
Nacho de siempre, su compañero de carrera, simpático, provocativo, divertido.
–Pero estoy viéndome otra vez con
mi ex, lo estamos intentando de nuevo.
–Estupendo, veo que ese doctor
está haciendo prodigios, Nacho.
Y se comenzaron a reír los dos
como si volvieran a tener veinte años, a carcajada limpia, hasta que llegó el
pequeño y se despidieron como si nada hubiera pasado.
Había quedado en su piso de
Mazello con un empleado de la compañía del gas para que hiciese la última
lectura y les facturasen el último recibo.
El tiempo que llevaban sin vivir
allí había hecho mella y todo le pareció demasiado feo, pequeño y deteriorado.
Los cuartos de baño tan obsoletos, la pila del fregadero sin ningún brillo. Percibió
olor a cañerías sucias.
Le costó trabajo aceptar que
hubiera estado viviendo allí tantos años y no se diera cuenta de ello.
Su retina ya estaba acostumbrada
a otra cosa.
En cuanto llegó el empleado y
tomó nota de los números se fue casi detrás de él.
Cerró la puerta y ni se molestó
en echar la llave.
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