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martes, 14 de febrero de 2012

Marcy (29)

 Fueron transcurriendo las jornadas de aquel crudo enero todas iguales como aburridas gotas de agua, con la única amenidad de los encuentros con sus amigas en el café.
Isabel, antes asidua, ahora sólo acudía raras veces a sus reuniones matinales.
–Me llamó por teléfono diciendo que se iba de viaje, un crucero de lujo por los mares del sur, me dijo. Acompañada de su novio –informó Laura recalcando las últimas palabras con cómica afectación.
Las hay que saben vivir la vida –Marcy pensaba en voz alta.
–No te vayas a creer, Marcy, no todo es lo que parece, nadie sabe lo que ocurre en cada pareja.
–Por favor, Lau, Román es un potentado, propietario de una constructora, y tiene a Isa cubierta de joyas y pieles, la ha llevado a alternar con lo más alto de la sociedad, lleva una vida de lujo… No se puede pedir más.
Nada que ver con el gordo oficinista que tienes tú por marido, hermosa”. Estaba harta de la monserga de la mojigata de Laura.
Las explicaciones de su amiga siempre le sonaban a moralinas pasadas de moda.
Laura guardó silencio unos segundos mientras revolvía el azucarillo de su humeante infusión. Comenzó a explicar las hazañas de sus pequeñas al mínimo detalle, sus comidas, sus tareas, sus juegos.
Marcy divagaba en sus propios pensamientos cuando escuchó la pregunta incisiva de Laura.
–¿Qué trafica tu loca cabecita?
Le explicó el encuentro con Nacho y la conversación que mantuvieron durante aquella tarde, víspera de Reyes.
–Me alegro, Nacho hizo muy bien de hablarte así, espabílate, aprovecha el tiempo, ahora que puedes.
Lau, mira, yo ya estoy muy desfasada, quizá sea ya demasiado tarde.
Marcy quería acabar cuanto antes, antes de que Laura la volviese a atacar con sus enseñanzas. Le lanzó una mirada furtiva, marcando una distancia.
Terminaron su bebida y se encaminaron a sus quehaceres partiendo en direcciones opuestas.
Después del encuentro con Laura, deambuló sin sentido por las calles presa de un ataque de nostalgia por una vida de amor y lujo que no era la suya.
Entró en un bar, pidió una copa de vino y aceptó el cigarrillo que le ofreció un extraño, sentado a su lado. Arratró un taburete, dando tumbos, hasta la tragaperras, que la desafiaba desde una esquina, llevando entre manos, como pudo, la copa, el cigarrillo y el bolso colgado en bandolera
Buscó dentro del bolso algunas monedas y comenzó a meterlas en la máquina. Dió manotazos sobre las teclas de colores como una autómata y rebuscó más y más monedas por todos los bolsillos de la ropa que llevaba encima. El bicho tenía que estar caliente, a punto de dar un premio, porque hacía un rato un cliente le había llenado la panza. Pero la caja metálica devoró cien monedas sin inmutarse.
–Puede darme cambio, por favor –tenía aquella frase tan grabada en su mente que hasta soñaba con ella.
El barman no tenía más cambio para darle.
–Señora, ¿quiere que le pida un taxi?
–No, gracias –respondió ella.
Se marchó del local y regresó a su casa, en medio de una sensación de absoluto fracaso.
“Has aparcado tu carrera”, las palabras de Nacho retumbaban en su memoria.
Y a ti qué te importa si aparqué mi carrera”. Dialogaba así, a lo tonto, en el vacío.
Pero, a pesar de otra copa de vino, llena hasta arriba, que tomó de un tirón, no logró olvidarlas en todo el día.

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