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martes, 7 de febrero de 2012

Marcy (28)

En un sitio como aquel se acostumbraba a que, después de la comida y los licores, algún cliente, a veces un grupo, entonara canciones antiguas.
En la mesa de al lado, un hombre entrado en años, atacó una copla sencilla, repetitiva, marcando el ritmo mediante palmadas acompasadas sobre la mesa. El resto se mantuvo en silencio, hasta que los compañeros de mesa del hombre le secundaron.
Después otros más se fueron uniendo a aquel coro improvisado.
Nacho echó el brazo por encima de los hombros de su amiga y comenzó a balancearse y a canturrear, ella le siguió y notó que su voz brotaba cada vez más fuerte, más redonda, se sabía la letra de memoria.
Vio en la cara de su madre un gesto de reprobación.
Mientras tanto, afuera, caía y caía la nieve, mansa, constante, revoloteando de blanco. El viento había cesado.
Marcy estaba relajada, como flotando, se sentía tan feliz y despreocupada que parecía como si le hubieran quitado veinte años de encima.
 “Ya veo que no menciona a Manele para nada”. Tampoco ella quiso sacar a relucir a su marido, al cual dedicó sólo un brevísimo pensamiento.
Sin embargo, a las despedidas, su madre se lo trajo a la memoria de nuevo.
–Y Manele, cariño, ¿está bien?, ¿llama por teléfono?
–Sí, mamá, cada dos o tres días, tiene permiso para venir a vernos una vez al mes, todo a cargo de la compañía. Está contento con su nuevo trabajo.
Ya eran más de las siete de la tarde y la gente se arremolinaba a la salida del local, la tormenta había cesado ya.
Mientras se pertrechaba con sus ropas de abrigo, Marcy creyó ver en el tumulto a un empleado de la Duxa Limited. No se equivocó. El hombre se acercó a saludarla, y decirle quién sabe qué cosas que apenas pudo oír.
–….le felicitas a Manele… y tú haces bien de no encerrarte en casa, tú sal y diviértete…– le dirigió una mirada maliciosa antes de abandonar el lugar, seguido de su familia.
Tras ellos fueron saliendo, en orden, el resto de los clientes.
Después de los abrazos y parabienes de rigor por el año nuevo, se encaminaron fuera del mesón hacia sus vehículos, no sin antes haber deslizado Nacho en un bolsillo del anorak de ella un papelito con su teléfono. “Por si lo necesitas”, le dijo él al oído.
Una delgada capa de nieve nueva crepitaba debajo de sus zapatos haciendo las delicias de los niños. Marcy los acomodó en la parte trasera del vehículo y se colocó al volante; dirigió un último adiós a sus padres, a Miguelito y a Nacho.
–Prometo pensar en todo lo que me has dicho, te lo prometo –le dijo, antes de cerrar la portezuela del coche.
Condujo despacio poniendo atención a la calzada, deslizante como una pista de hielo, mientras que en su mente contemplaba las palabras de su compañero una y otra vez. Cuando llegó a su garaje se dio cuenta de que en todo el día apenas había pensado en su marido.

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