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martes, 17 de julio de 2012

Marcy (51)


Había ido pocas veces a casa de Laura, pero dio con ella y encontró plaza de aparcamiento con facilidad. Había arreglado que la canguro se quedara con sus hijos. Eran las siete de la tarde cuando pulsó el timbre de la puerta.
Su amiga la había llamado el día anterior para decirle que tenía que hablar con ella cuanto antes; no quiso explicarse más, pero algo en el tono de voz de Laura le había encendido el piloto rojo y pasó la noche previa intranquila.  
–Pasa, siéntate, por favor. Las niñas se fueron al cine con el padre –Laura le señaló una butaca del salón comedor–. Te serviré algo, ¿te hace compartir un té?
La decoración de la estancia era espartana. A Marcy le pareció insípida, triste, a juego con su propietaria.
–Perfecto, Lau, un té para las dos. Me encanta.
Laura se ausentó unos instantes a preparar la bebida. Volvió al poco rato con la bandeja conteniendo la humeante infusión, dos tazas grandes y un bol de azucarillos, y se sentó en otra butaca.
Había que esperar a que reposara el té.
La inquietud de Marcy se hizo notar.
–Entonces, ¿qué pasa Lau?, te veo preocupada.
–¡Como para no estarlo! No me habría gustado tener que pasar por esto en toda mi vida.
–Me estás asustando, Laura.
Marcy le preguntó si algo malo le había ocurrido, a ella, a su familia o en su trabajo, nada de nada.
–Es algo referente a ti…
Marcy ya se estaba hartando de tanto misterio
–Dime lo que me tengas que decir –afirmó, mirando a Laura a los ojos.
–Escucha, es mejor que te enteres cuanto antes. Tu marido te está engañando, tiene otra mujer.
Marcy la miró incrédula. De dónde habría sacado semejante idea, ya estaba enrevesándolo todo, haciendo daño donde sabía que más podía hacerlo.
–Pero bueno, Lau, ¡qué ocurrencia! Si Manele no tiene más tiempo que para su trabajo.
 Unos segundos en silencio y la rabia ya le salía por las orejas.
–Para amigas como tú, Laura, ¡prefiero enemigas! Eres una aguafiestas.
La otra atendía, impávida, a los improperios de Marcy.
–Te estoy diciendo la verdad, puedes creerlo. ¡Lo sé de primera mano, vaya! Si quieres, puedes comprobarlo tú misma.
–Haces caso de chismorreos infundados, Lau, eso no puede ser cierto…
La información que la otra le fue desgranando era contundente.
No era una amante ocasional, no, era una relación ya afianzada. Compartían todos los fines de semana, esa mujer lo tenía bien atrapado y la cosa iba viento en popa. Y lo sabía de buena tinta, de primera mano, por la propia amante de Manele.
Y la amante era Isabel.
Isabel, dijo Laura, la había llamado por teléfono y se lo había confesado.
–Creo que desde el último día que nos reunimos empezó a no poder más con su secreto –dijo Laura–. Yo ya te lo decía, que Isabel era de cuidado.
Siempre había una amiga cariñosa dispuesta a romperle a una la cabeza”.
Lo que estaba pasando era que Laura se la tenía guardada a Isabel desde hacía muchos años. Marcy se lo sabía bien.
–No te creo, no te creo. ¡Envidia cochina!, tienes envidia de Isa, que siempre fue más guapa que tú y me tienes envidia a mí, y no sabes cómo hacerme daño –Marcy levantó la voz, desafiante.
–Por favor…, sabes que jamás te haría mal sin motivo. Es la verdad. Si no te enteras al final será peor, te pillará desprevenida. Tal para cual, ¿es que no lo ves?  Después de todo, va a ser lo mejor para ti, así te quitas de una vez a ese muerto de encima.
–¡Eso es lo que tú quisieras, Laurita! –ironizó Marcy, incrédula–. Pero no vas a conseguirlo.
–Mujer, piensa lo que quieras, pero te digo que, estas vacaciones, Manele no va a venir, se van de viaje a una isla paradisíaca, me lo dijo Isabel.
–¡Estás loca y eres mala! ¿Cómo puedes decirme algo así? Es que quieres acabar conmigo ahora que todo me va mejor que nunca, ¿no? Me tienes envidia por mi carrera y por mi marido. Siempre fuiste una envidiosa –Marcy se defendió, cada vez más acorralada.
–Me da igual lo que digas, sé que no eres tú quien está hablando. Estás trastornada, obsesionada con ese chulo que no para de hacerte daño, y cuanto más te hace, más lo quieres.
Los argumentos de Laura le acertaban como dardos en el corazón.
–Las cosas son como son, Marcy, da igual que te empeñes, ese no te quiere ni te va a querer nunca.
–Ya está bien de tonterías ¡Me largo de aquí, que no aguanto más!
Con cajas destempladas se levantó sin haberse aun despojado de su abrigo y, sin volver la vista atrás, dejando la bebida sin tocar sobre la mesa y la puerta de entrada abierta de par en par, se fue de la casa de Laura tomando su vehículo aparcado allí mismo.
Condujo sin rumbo fijo de manera mecánica, prestando atención a sus pensamientos. Las calles de Mazello brillaban bajo una fina lluvia, en medio de la oscuridad de la noche, sólo interrumpida por la luz de las farolas y los semáforos lanzando sus órdenes de colores. Casi ni advertía el ruido del motor del coche y del limpiaparabrisas con su zumbido monótono apartando láminas de agua del cristal.
No se podía creer lo que había escuchado y no entendía a santo de qué Laura se metía en su vida de aquella manera, quizá le había dado demasiada confianza revelándole sus problemas con Manele.
La rabia se fue atenuando dejando paso a un estado de confusión y sospecha que la consumía. “¿Y si fuera verdad?”. Cómo se podía aceptar que Isabel, siendo amante de su marido, tuviera la desfachatez de plantarse en toda la cara de la esposa engañada. Aquello no era posible. Isabel era frívola, sí, pero no hasta ese punto de malignidad.
Laura, como siempre, haciéndose la santita, estaba hasta el gorro de ella.
Quizá sus dos amigas habían desenterrado el hacha de guerra y la habían pillado en el medio, como antes, cuando eran unas jovencitas.
Después de dar mil vueltas a la cabeza decidió salir de dudas, indagar a través de otras personas a ver qué resultaba. Román, la pareja de Isabel, si ésta andaba en según qué pasos, seguro que sabría algo, tenía que contactar con él.
Con esta determinación llegó a su casa, donde ya estaban todos dormidos, y se metió en la cama sin parar de dar vueltas en toda la noche.

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