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martes, 3 de julio de 2012

Marcy (49)


Tenía demasiadas funciones que cumplir y demasiadas preocupaciones que atender para poder poner los cinco sentidos en sus estudios. De no ser por la casualidad de encontrarse con Rafa, el celador de la facultad.
Cada mañana, después de las clases, solía encontrarse con él en la cafetería y se reunían en la misma mesa, desde la que se veía el Parque Central, para comerse el bocadillo.
Él se convirtió casi en su secretario personal, le hacía fotocopias, tomaba los volúmenes necesarios de la biblioteca de la facultad, le hacía resúmenes, le pasaba escritos al ordenador. Aligeró en gran medida la carga que le llevaba el máster y los primeros trabajos que presentó, paridos a medias con Rafa, fueron de sobresaliente.
En seguida se le hizo indispensable.
Siempre había creído en la predestinación, en que todo lo que le sucedía, las personas que se cruzaban en su camino, tenían un motivo, un sentido que sólo podría reconocer después, cuando fuera más vieja y más sabia.
El bedel tenía una clase de urbanidad de la que ya estaba en desuso, era un chico como traído de otro siglo, por el túnel del tiempo, en bandeja, para ayudarla. Le cedía siempre el paso, se ponía de pie en cuanto ella llegaba, le separaba la silla para que ella se sentase.
Y cuando Rafa se detenía a reflexionar se sujetaba la cabeza con una mano una y otra vez y correteaba un trecho aquí y allá como pensando.
Marcy, a veces, tenía que reñirle por su exceso de educación.
–Es un honor para mí ayudarla, señorita, indudablemente.
–No digas eso, hombre, con lo que tú me vales.
–Fundamentalmente, señorita, es usted la que me ayuda a mí.
Él era así, muy redicho, redundante, reiterativo.
A veces la saludaba o le daba las gracias tantas veces, tan repetidas, que a Marcy se le antojaba una tortura escucharle.
Este chaval es un tostón”. Pero era lo que había.
Tampoco estaba en aquel momento de su vida en condiciones de exigir un príncipe con su principado. Y Rafa era, lo primero de todo, una bella persona, un amigo de los que no le fallan a una chica en aprietos.
Un amigo al que hubiera podido darle las llaves de su casa si hubiera hecho falta.
Un amigo que, sin proponérselo, la levantó de la miseria y la hizo renacer.

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