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martes, 24 de julio de 2012

Marcy (52)


Las tres amigas se habían tratado desde la época del instituto, en Greda, y siempre se habían llevado bastante bien. Habían sido compañeras de estudios, cómplices en sus primeros escarceos sentimentales, casi como hermanas para Marcy.
Aunque entre Isabel y Laura había cierto antagonismo.
Si de mayor fue una mujer bandera, de jovencita, Isabel, a los quince años, era lo más bonito que había pasado por el instituto.
Las tres eran tipos de chica muy diferentes entre sí, Isabel era la rubia inmaculada, de labios fresquísimos, rosados, y ojos oscuros, con una tez casi nívea; Marcy todo lo contrario, una belleza racial, morena, de cabello largo y sonrisa franca; y Laura la menos agraciada de las tres, con un cabello ralo castaño y ojos marrones, sin sustancia, atractivo cero.
Isabel fue, desde jovencita, la clásica que cuando iban juntas a dar una vuelta causaba furor entre los chicos. Y aquello Laura nunca se lo perdonó.
Llegaron a disputar por el jovencito más popular del instituto, un rubito angelical con la cara llena de granos que sacaba muy buenas notas. Laura estaba encaprichada con el joven y, de hecho, llegó a conseguir salir con él, al cine, varias veces.
Pero su sorpresa fue mayúscula cuando el chico le confesó que, de quien estaba enamorado de verdad, era de Isabel. Que había salido con Laura por acercarse a la rubia.
Laura se lo tomó muy mal. Durante un tiempo acusó a Isabel de haberle levantado al novio.
Y Marcy, que era amiga de las dos, no sabía qué partido tomar.
Isabel estuvo sólo un par de veces con aquel chaval, pero fue suficiente para sembrar un rencor duradero en Laura.
Hasta que el asunto explotó un viernes, a la salida de las clases, el centro ya estaba cerrado y la mayoría de la gente se había marchado ya.
Las chicas de la clase estaban charlando antes de irse a su casa cuando Isabel y Laura empezaron a discutir una enfrente de la otra.
Pronto se formaron dos bandos.
–¡Pelea! ¡Pelea! –gritó una como una energúmena. Las demás la corearon.
Marcy trató de poner paz, pero Laura, ya fuera de sí, la quitó del medio y la tiró al suelo.
Las dos fueron dándose empujones y pronto se empezaron a dar pellizcos y estirajones de pelos. Isabel, que al principio apenas se defendía, fue volviéndose tan agresiva como su oponente.
Estaban destrozándose el uniforme. Gritaban las dos como posesas, se insultaban, se escupían.
En el instituto no era corriente aquel tipo de cosas. Marcy solo recordaba otra pelea de chicas, aquella vez la vencedora había logrado derribar a su oponente y se había sentado encima de ella.
Cayeron a tierra, revolcándose, hasta que Isabel consiguió inmovilizar a Laura haciendo presa con sus piernas y sentándose encima de ella mientras le sujetaba la cabeza por los pelos.
–¡Isa ganadora!, ¡Isa ganadora! –corearon las de su bando.
Laura había tirado la toalla.
Se pusieron de pie con la ropa hecha jirones, desgreñadas, coloradas como dos tomates.
La que gritaba como una energúmena se acercó a las dos y levantó la mano de Isabel como si fuera el final de un combate de boxeo.
–¡Isabel vencedora! –gritó–. Laura, dilo tú también.
–Isabel vencedora –dijo Laura con las demás.
Desde aquello Marcy supo que Laura le guardaba a Isabel una cuenta pendiente.

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