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martes, 5 de febrero de 2013

Marcy (80)



Sentía los anticipos del triunfo caminando con su marido y su amante, uno a cada lado, por las populosas y estrechas calles cargadas de historia. Después de tomar un refresco ella pidió ir a su hotel para cambiarse de ropa. El alojamiento se encontraba cerca y los tres llegaron a pie. Los viajeros subieron a su habitación, mientras Manele esperaba en la recepción, y bajaron al poco rato luciendo un aspecto despampanante.
Marcy llevaba un mini vestido plateado con gargantilla de raso negra contorneando su cuello y el pelo recogido de manera informal, botas negras altas y chaquetón negro de piel; Rafa, también deportivo, vestía cazadora del mismo color, pantalón vaquero de firma, sabiamente desgastado, y zapatos de tendencia, su cabello rubio le daba un aire de limpieza y belleza suprema.
Llevaban los dos el mismo perfume, cítrico y profundo a la vez.
Se encontraron de nuevo con Manele, tan bien trajeado en su estilo habitual que no desmerecía en apariencia a la de los otros dos. Marcy observó a la perfección la expresión de su marido cuando la vio descendiendo la escalera sinuosa del hotel de la mano de Rafa, nunca le había visto una expresión semejante, entre colérica y admirativa.
Se acercaba la hora concertada y se dirigieron al restaurante.
Cuando llegaron, Isabel ya se encontraba en la barra sentada en un taburete. También lucía muy bella, con una breve falda blanca y una blusa larga, abollonada, en raso negro, ceñida a su esbelta cadera, su cabellera rubia caía en un aparente desorden enmarcando su cara perfecta.
Estaba claro que Isabel era del tipo de mujeres que saben estar en las situaciones más complicadas.
–Estáis impresionantes, no sabría por cual decidirme –dijo Manele sin saber como salir del paso después de aquellas inconscientes palabras.
–Manele, le estaba diciendo a Marcy que es una pena, que conste, pero mañana tengo que volverme a Mazello –dijo Isabel–. Ya he terminado con mis compras.
Tomaron asiento alrededor de una mesa redonda y encargaron el plato especial del restaurante, que consistía en finísimas carnes recién asadas y verduras de la tierra distribuidas en platillos cerámicos muy calientes que se ubicaban en una plataforma circular rotatoria que giraba de uno a otro comensal, combinando los alimentos con una variedad de salsas.
Entretenidos con su cena transcurrieron varias horas de animada charla, los recuerdos de la facultad se entremezclaban con las confidencias entre las dos amigas.
Marcy notaba en todo momento los ardientes ojos de Manele, sentado frente por frente, clavados en ella, mientras fingía una aparente naturalidad.
Has mordido el anzuelo”. Estaba eufórica.
A los postres, distribuidos de la misma forma en una combinación de frutas y dulces exquisitos, observó como su esposo la incitaba, mordiendo un trocito que dejaba en el plato con intención, para que, girando la plataforma, quedara enfrente de ella y terminara, de un bocado, el manjar. Marcy participó en su juego con medido cálculo, porque en todo ese tiempo, para mortificarle, no le dirigió ni una sola mirada.




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