Sentía los anticipos del triunfo caminando
con su marido y su amante, uno a cada lado, por las populosas y estrechas
calles cargadas de historia. Después de tomar un refresco ella pidió ir a su
hotel para cambiarse de ropa. El alojamiento se encontraba cerca y los tres
llegaron a pie. Los viajeros subieron a su habitación, mientras Manele esperaba
en la recepción, y bajaron al poco rato luciendo un aspecto despampanante.
Marcy llevaba un mini vestido plateado con
gargantilla de raso negra contorneando su cuello y el pelo recogido de manera
informal, botas negras altas y chaquetón negro de piel; Rafa, también
deportivo, vestía cazadora del mismo color, pantalón vaquero de firma,
sabiamente desgastado, y zapatos de tendencia, su cabello rubio le daba un aire
de limpieza y belleza suprema.
Llevaban los dos el mismo perfume, cítrico
y profundo a la vez.
Se encontraron de nuevo con Manele, tan
bien trajeado en su estilo habitual que no desmerecía en apariencia a la de los
otros dos. Marcy observó a la perfección la expresión de su marido cuando la
vio descendiendo la escalera sinuosa del hotel de la mano de Rafa, nunca le
había visto una expresión semejante, entre colérica y admirativa.
Se acercaba la hora concertada y se
dirigieron al restaurante.
Cuando llegaron, Isabel ya se encontraba en
la barra sentada en un taburete. También lucía muy bella, con una breve falda
blanca y una blusa larga, abollonada, en raso negro, ceñida a su esbelta
cadera, su cabellera rubia caía en un aparente desorden enmarcando su cara perfecta.
Estaba claro que Isabel era del tipo de
mujeres que saben estar en las situaciones más complicadas.
–Estáis impresionantes, no sabría por cual
decidirme –dijo Manele sin saber como salir del paso después de aquellas
inconscientes palabras.
–Manele, le estaba diciendo a Marcy que es
una pena, que conste, pero mañana tengo que volverme a Mazello –dijo Isabel–.
Ya he terminado con mis compras.
Tomaron asiento alrededor de una mesa
redonda y encargaron el plato especial del restaurante, que consistía en
finísimas carnes recién asadas y verduras de la tierra distribuidas en
platillos cerámicos muy calientes que se ubicaban en una plataforma circular
rotatoria que giraba de uno a otro comensal, combinando los alimentos con una
variedad de salsas.
Entretenidos con su cena transcurrieron
varias horas de animada charla, los recuerdos de la facultad se entremezclaban
con las confidencias entre las dos amigas.
Marcy notaba en todo momento los ardientes
ojos de Manele, sentado frente por frente, clavados en ella, mientras fingía
una aparente naturalidad.
“Has mordido el anzuelo”. Estaba
eufórica.
A los postres, distribuidos de la misma
forma en una combinación de frutas y dulces exquisitos, observó como su esposo
la incitaba, mordiendo un trocito que dejaba en el plato con intención, para
que, girando la plataforma, quedara enfrente de ella y terminara, de un bocado,
el manjar. Marcy participó en su juego con medido cálculo, porque en todo ese
tiempo, para mortificarle, no le dirigió ni una sola mirada.
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