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martes, 26 de febrero de 2013

Marcy (83)



Hacía mucho tiempo que no se juntaban todos en la casa paterna y Marcy, a pesar del estado de su padre y de la extraña situación de su matrimonio, disfrutó de alguna manera viendo a sus hijos embelesados con su papá.
Amelia, alerta con ese sexto sentido de las madres, no perdió la oportunidad de interrogar a su hija, cada vez más preocupada por el cambio que observaba. Dijo que la encontraba cada vez más delgada, demasiado activa, luciendo ropa demasiado cara y con un mal humor y una altanería insoportable.
Pilló a Marcy en la cocina, a solas, para soltarle la retahíla completa.
Su madre siempre había sido conservadora, mucho más que su padre.
–Marcelina, te encuentro cambiada, hija, como nerviosa, ¿pasa algo malo?
–Pero, ¿qué dices, mami?, todo va bien.
–No sé…, parece como si ya no te interesaran ni tu padre, ni tus hijos, ni tu marido.
No soportaba que la madre le llamara la atención, la reprendía como si fuera una niña a la que pillan con la caja de galletas de chocolate escondida en el armario.
–Madre, tú preocúpate por papá, que ya tienes bastante.
Contestó cortante, dando la espalda a Amelia, para acabar aquella conversación que la sacaba de quicio.
–Yo me preocupo por todo. Me estás quitando la vida, hija.
–Madre, déjame hacer mi vida, que ya soy mayorcita.
Estaba procurando hablar sin perder los nervios.
–Tu vida deben de ser tu marido y tus hijos.
Se oía el barullo infantil en el salón y la voz de Manele poniendo paz.
La madre señaló con su dedo índice en dirección al salón.
–Ellos son tu felicidad.
Mejor dejarlo estar. Nunca se había atrevido a decirle a la madre la realidad de su vida conyugal y no iba a hacerlo ahora.
Arturo tenía una tarde pésima, no estaba para visitas.
Marcy llevó al salón unos refrescos y se sentó a la espera de los planes que traía su marido y él, como leyéndole el pensamiento, anunció que iría a visitar a sus padres a La Vitia.
Se fue en su propio coche. El flamante y lujoso deportivo de gama alta, salió con brío tras un fuerte acelerón de su conductor y dejó una estela de admiración en los transeúntes que circulaban en ese momento por las aceras de Greda.
Sólo unos días después regresó para recoger a los niños, entusiasmados por montar en el nuevo juguete se su padre, y llevarlos a un parque temático por espacio de varias jornadas y Marcy, que temía todo acercamiento a su marido, quedó algo aliviada por su nueva partida. 

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