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martes, 12 de marzo de 2013

Marcy (85)



Marcy sentía zozobrar su ánimo en aquel inicio de verano, el primero en muchos años que pasaba sin un marido a su lado y sin unos planes concretos para matar el tiempo en familia.
Había tapado aquel hueco con su nueva amistad con el arquitecto, antiguo socio de su marido. El tipo con poder y experiencia que llevaba toda su vida esperando y ahora se le rebelaba como imprescindible.
Se jugaban el dinero, que él manejaba sin aprensión, en el casino de Greda, con una maestría propia de tahúres, casi cada noche, y después continuaban de parranda hasta la madrugada. Eso sucedía casi todas las noches, excepto alguna vez que se quedaban en el estudio, desparramados cada uno en un sofá, consumiendo y bebiendo alcohol del bueno que el arquitecto guardaba en un mueble bar antiguo.
Cortó la relación con sus amigos porque no supieran las andanzas de su nueva vida.
Apenas llamaba a Rafa, salvo cuando tenía que pedirle algo; cuando no lo necesitaba dejaba de contestar sus llamadas, sin más.
Se arrastra como un gusano”. El chico, lejos de desanimarse, cada vez se mostraba más y más enamorado, más y más esclavizado.
Con Nacho era diferente, temía de verdad tropezárselo, cada vez que se acercaba por cualquier motivo cerca del Trass Building o por las calles de Mazello. Andaba volada por si se lo encontraba, conocedora de que le sería muy difícil fingir ante él. Temía que él le descubriera las trampas en que andaba metida sólo con mirarla a los ojos durante un segundo.
Uno de aquellos días sucedió lo inevitable dándose de bruces con él y con su hijo en plena calle, cerca de la casa de su amigo.
–Marcy, guapa ¡qué bueno que te veo! Te estoy haciendo llamadas a cada poco y no contestas, ¿es que cambiaste de número? Ya tenía ganas de hablar contigo.
Ella salió del paso como pudo balbuciendo disculpas, pero él, estaba ávido de saber de su vida.
–Somos vecinos y aún no conoces mi casa. ¡Anda, acompáñanos!
Subieron los tres y mientras Miguelito fue a jugar a su cuarto quedaron los dos amigos en el salón. Su casa era sencilla, de estilo contemporáneo, plagada de estanterías abarrotadas de libros; en el suelo, alfombras naturales hechas a mano; sobre la mesa y en la cocina cestas de fruta y bomboneras de cristal repletas de caramelos.
Se le veía a Nacho a sus anchas en su casa.
Preparó un té en la cocina, con tal entusiasmo que la bandeja con todo su contenido fue a estrellarse al suelo porcelánico. Nacho había sido siempre un pedazo de torpe. Se rieron hasta no poder más y se pelearon por recoger los restos del pequeño desastre. Prepararon otro té que llegó vivo al salón y se sentaron en dos butacas parejas tapizadas en cuero rojo.
Marcy se sintió relajada, a un paso de las confidencias.


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