Marcy sentía zozobrar su ánimo en aquel
inicio de verano, el primero en muchos años que pasaba sin un marido a su lado
y sin unos planes concretos para matar el tiempo en familia.
Había tapado aquel hueco con su nueva
amistad con el arquitecto, antiguo socio de su marido. El tipo con poder y
experiencia que llevaba toda su vida esperando y ahora se le rebelaba como
imprescindible.
Se jugaban el dinero, que él manejaba sin
aprensión, en el casino de Greda, con una maestría propia de tahúres, casi cada
noche, y después continuaban de parranda hasta la madrugada. Eso sucedía casi
todas las noches, excepto alguna vez que se quedaban en el estudio,
desparramados cada uno en un sofá, consumiendo y bebiendo alcohol del bueno que
el arquitecto guardaba en un mueble bar antiguo.
Cortó la relación con sus amigos porque no
supieran las andanzas de su nueva vida.
Apenas llamaba a Rafa, salvo cuando tenía
que pedirle algo; cuando no lo necesitaba dejaba de contestar sus llamadas, sin
más.
“Se arrastra como un gusano”. El
chico, lejos de desanimarse, cada vez se mostraba más y más enamorado, más y
más esclavizado.
Con Nacho era diferente, temía de verdad
tropezárselo, cada vez que se acercaba por cualquier motivo cerca del Trass
Building o por las calles de Mazello. Andaba volada por si se lo encontraba,
conocedora de que le sería muy difícil fingir ante él. Temía que él le
descubriera las trampas en que andaba metida sólo con mirarla a los ojos
durante un segundo.
Uno de aquellos días sucedió lo inevitable
dándose de bruces con él y con su hijo en plena calle, cerca de la casa de su
amigo.
–Marcy, guapa ¡qué bueno que te veo! Te
estoy haciendo llamadas a cada poco y no contestas, ¿es que cambiaste de
número? Ya tenía ganas de hablar contigo.
Ella salió del paso como pudo balbuciendo
disculpas, pero él, estaba ávido de saber de su vida.
–Somos vecinos y aún no conoces mi casa.
¡Anda, acompáñanos!
Subieron los tres y mientras Miguelito fue
a jugar a su cuarto quedaron los dos amigos en el salón. Su casa era sencilla,
de estilo contemporáneo, plagada de estanterías abarrotadas de libros; en el
suelo, alfombras naturales hechas a mano; sobre la mesa y en la cocina cestas
de fruta y bomboneras de cristal repletas de caramelos.
Se le veía a Nacho a sus anchas en su casa.
Preparó un té en la cocina, con tal
entusiasmo que la bandeja con todo su contenido fue a estrellarse al suelo
porcelánico. Nacho había sido siempre un pedazo de torpe. Se rieron hasta no
poder más y se pelearon por recoger los restos del pequeño desastre. Prepararon
otro té que llegó vivo al salón y se sentaron en dos butacas parejas tapizadas
en cuero rojo.
Marcy se sintió relajada, a un paso de las
confidencias.
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