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miércoles, 27 de marzo de 2013

Marcy (87)

Salió en plena noche, poco antes de las doce, de casa de Román, en dirección a su casa. Algo de lo que había tomado no le había sentado bien. Tenía la necesidad de tomar el aire y moverse un poco.
Se dio cuenta de que tenía un hambre atroz, apenas había cenado y se recreó pensando en una barra de pan recién hecho, calientito, oliendo a pan fresco como para levantar a un muerto, casi percibía el olor. Pero no tenía nada ni parecido en casa.
Nada más entrar en el portal de su vivienda decidió coger su coche e ir a comprar una barra de pan al centro de Greda.
Bajó al garaje y se metió en el coche con una torpeza de cámara lenta. Salir con el vehículo de allí le costó lo mismo que sacar un camión de un estacionamiento de muñecas.
Salió de Mazello en dirección a Greda, y cuando ya llevaba un buen trecho se percató, por las señales de otros conductores, de que no llevaba las luces puestas. Las avenidas de Greda estaban bien iluminadas, pensó, qué gente más insoportable.
Le pareció que había entrado por un camino equivocado, porque en lugar del Gran Bulevar, aquella calle que conocía tan bien, que conducía al centro neurálgico de Greda, la calle que tomó era mucho más oscura y estrecha, y le acabó conduciendo al extrarradio.
No hay que ponerse nerviosa en casos así. A dar la vuelta y listo.
Lo hizo y enfiló otra calle que esta vez la condujo a uno de los barrios marginales de la ciudad. Se veían pandillas de jóvenes y muchachas de falda corta apostadas en las esquinas. Estaba quedándose sin gasolina.
En el primer cruce volvió a dar la vuelta otra vez para buscar el camino al Gran Bulevar.
La calima y la contaminación eran brutales aquella noche en Greda y no corría ni gota de aire. Condujo muy despacio atenta al bordillo de la calzada.
Empezó a ver en la acera a un padre pegando a una chiquilla, un poco más allá una pareja discutía y un viejo estaba tirado en el suelo, desnudo, como muerto.
Eran escenas de su vida. Qué coño estaba pasando allí.
“Tenga cuidado, Marcy, a ver si le va a dar una paranoia”, Román se lo había advertido.
Aquello era como una pesadilla, volvió a mirar a la acera y la gente ya no estaba, ni los que reñían, ni el hombre pegando a la niña, ni el viejo.
Hostia, se me está yendo la cabeza. Centra, Marcy”.
Abrió la ventanilla y le dio en la cara una vaharada de aquel aire caliente. No había un alma en aquella calle oscura. Estaba perdida.
Metió un acelerón al coche casi a ciegas y fue a dar a un descampado.
Notó un resalte, como de haber pasado las ruedas delanteras del coche por encima de un cable grueso, luego notó otro resalte y el coche se paró.
Miró a su derecha y luego a su izquierda y vio una luz única, redonda, en la lejanía y escucho un ruido de intensidad creciente.
Era un tren, era un tren, ¿era un tren? Sería otra paranoia, seguro.
No era paranoia, era un tren, la luz cada vez más grande, el tren cada vez más cerca. El pánico la dejó rígida como una tabla.
Giró la llave y metió un acelerón tremendo, el coche se caló.
Joder, ahora sí que me voy a morir”. Le vino a la memoria Pablo, su hijo mayor.
Miró de nuevo con angustia a su izquierda, se le venía encima. Volvió a darle a la llave y el coche arrancó, bajó el pie del acelerador a tope y el coche salió de un salto, despedido, de entre los raíles.
A sus espaldas, perpendicular a su coche, pasó el convoy silbando como un salvaje, el ruido metálico del tren llegó a su paroxismo y después continuó en su endiablado viaje hasta que lo oyó extinguirse a su derecha.
Un paso a nivel sin barrera y ella no había visto el semáforo.
Estaba a unos metros de la vía, parada, el corazón latiéndole en la boca y bañada en sudor, la ropa empapada, fría, pegada a su cuerpo. Echó las manos a la cabeza y se pasó los dedos por el cabello, cuando miró sus manos estaban llenas de pelos que se acababan de desprender de su cuero cabelludo.
Tenía que tranquilizarse. Emprendió la marcha despacio hasta que encontró una gasolinera.
Pidió un botellín de agua al empleado y le dijo si podía quedarse un rato allí mismo, metida en el coche, para descansar, porque estaba algo mareada. El trabajador no puso reparos.
Bebió el botellín entero de una sentada.
Cuando se despertó eran las seis de la mañana y tenía la peor resaca de su vida.

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