–Mañana doy un cóctel para un grupo de
constructores y financieros, me gustaría que viniera, Marcy, ¿okay?
Había aceptado la propuesta sin dudar, a
pesar de que se le iban acumulando el cansancio y las resacas. Era una fiesta
del arquitecto y la juerga estaba asegurada, no se la podía perder.
Los últimos días había trasnochado y
observó en el espejo unas delatoras ojeras. Se echó hacia atrás para verse de
cuerpo entero, estaba delgada, demasiado para su madre, para Marcy un tipazo de
impresión.
Luchó como pudo contra las dos sombras que
entristecían sus ojos y con perfecta técnica quedaron borradas bajo un espeso
maquillaje. Se vistió rompedora, con mallas y camisola negra transparente que
dejaba traslucir una vistosa ropa interior de lujo. Un ancho cinturón
contorneaba su cadera ciñendo la ropa a su silueta. Rojo de labios y pelo
recogido y engominado completaban una apariencia de alto impacto.
Para evitar el bajón tomó un comprimido de
Rapide y guardó otros dos en un pastillero que metió en su bolso de mano.
Cuando llegó al estudio, Román la observó
de arriba abajo con ojo crítico, de lo que ella no quiso darse por enterada.
Los invitados fueron llegando y apiñándose
de pie en el centro de la sala, saludándose unos a otros, haciendo y
deshaciendo varios grupos. Pasó un camarero y ofreció las copas, tan delicadas
que sólo unos privilegiados como aquellos, hombres y damas de mundo, serían
capaces de sujetarlas con aplomo. Gente sociable, imperturbable, habituada a
ese tipo de eventos, que podría intimidar con facilidad a alguien como ella, la
hija de un obrero.
No conocía a nadie, y se alegró al ver
entrar a Laura, acompañada de Lucas, su marido y también antiguo socio de
Román. Un rato después distinguió en el cada vez más nutrido grupo a García, el
contable de la Duxa Limited.
–Hay que tener a la gente contenta, eso es
fundamental, ¿no es cierto? –dijo Román como al descuido, señalando con su
mirada hacia García.
Laura y su marido se acercaron a ella sin
tardanza.
–¡Cuánto tiempo sin verte, Marcy!, te encuentro
fabulosa –dijo Lucas.
–Lucas tiene razón, estás estupenda, chula
–afirmó Laura.
–Igual que tú Lau –le contestó Marcy con
conmiseración al ver el aspecto deplorable de la amiga que parecía recién
salida de un convento de clausura, con el pelo recogido y sin teñir y vestida
por el enemigo.
–¿Es que todavía tenéis alguna relación de
negocios, Lucas? –preguntó Marcy.
–Sí, todavía queda algo, ya sabes, los de
Imomonde atacan de nuevo, hasta Manele está metido en el ajo.
–Este chico es un bocazas –terció Laura,
incisiva–. Si se habla mucho de los negocios luego se malogran… ¡Vamos a tomar
algo!
Se dirigieron los tres a uno de los
camareros que repartía las copas depositadas en su redonda y reluciente
bandeja. Otros ofrecían canapés a los convidados, perfectos en geometría y de
todos los colores y sabores imaginables.
Marcy se sintió algo insegura y se tomó dos
copas casi seguidas, después acudió al cuarto de baño, tras una seña de Román,
el cual acarició levemente su nariz. Tomó bastante cantidad de la blanca y
después los dos comprimidos que llevaba en el bolso. No podía permitirse un
bajón.
Salió de nuevo con fuerzas renovadas y se
reunió con sus amigos.
Hasta el marido de Laura le pareció más
delgado y atractivo. “Como conseguirá tenerlo entretenido la mosquita
muerta.
–Hola, Marcy, ¿cómo te va la vida de
separada, muchacha? –preguntó Lucas.
–¿Qué pasa, cariño?, ¿no las estás viendo?
–terció Laura–. ¿Es que te parece que le vaya mal?
–No estamos separados, Lucas. Manele está
fuera por motivos de trabajo –contestó Marcy.
–Lo habré malentendido, soy el eterno
despistado… –dijo él, como para sí mismo–. ¡La gente cuenta tantos cuentos!
Se quedaron solas un momento, mientras
Lucas se aproximó al anfitrión para compartir unas palabras.
–Lucas, ya sabes, el de siempre –le
disculpó Laura.
–¿Y a él, qué tal le va, Lau? ¿Sigue en la
misma cochambrosa oficina? Va a acabar quedándose completamente calvo y gordo
como un buey.
La sustancia le daba de vez en cuando
aquellos puntos altos, en los que soltaba todo lo que pensaba sin miramiento.
La ofendida Laura no sabía dónde meterse y desapareció entre la concurrencia
sin contestarle ni palabra.
Notó el gesto de desagrado de Román al ver
a Lucas y le pareció, a través del ruido de la concurrencia, que le decía algo
así como “hoy no le esperaba”, con talante serio.
Se acercó a ellos con la intuición de que
Román la necesitaba en aquella fiesta por no parecer solo delante de los
invitados. Cumplió a la perfección, desplazándose con él de grupo en grupo para
departir con todos. Ese era el sistema de su negocio.
–Mire, Marcy –le dijo, condescendiente–,
hay que estar con toda esta chusma, para cuando se les pudiera necesitar,
aunque sean casi todos tan tontos como canallas.
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