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martes, 23 de abril de 2013

Marcy (91)




Se encontraba mucho mejor cuando Manele llamó para advertirle que en unos días estarían de vuelta.
El día del regreso Rafa se despidió por la mañana y Marcy quedó expectante a la hora aproximada en que habían anunciado su llegada. Se sentó en el salón y encendió la televisión gastando el tiempo pasando de programa en programa sin enterarse de nada. Estaba con el ánimo por los suelos.
Esperó muchas horas más de las previstas, sin ilusión alguna, la llegada de su familia. Ni se acordó de comer ni de beber nada hasta que sonó el timbre, ya bien entraba la tarde. Y cuando se produjo el reencuentro su escaso ánimo se transformó en mal humor.
Entraron y la saludaron, uno por uno, con un hola y un beso de cumplido y pasaron a la vez al cuarto de baño, dejando tiradas en la entrada del piso varias bolsas llenas de ropa sucia y de juguetes.
Los pequeños estaban derrotados, pero entusiasmados con el padre, hasta le pareció que regresaban a casa sin muchas ganas de verla.
Tenía ya preparada y servida una cena fría que compartieron los cuatro.
Notó como los pequeños habían perdido los modales en la mesa casi por completo, pero no quiso ponerse a corregirlos y se limitó a cruzar con Manele una conversación superficial sobre cualquier cosa sin importancia.
Una vez acostados los niños, se fue al salón, donde encontró a Manele sentado en el sofá. En cuanto la vio, su marido le dirigió una mirada penetrante, dura como el acero, y comenzó a hablar.
–Tú derechita, Marcelina, no sea que te quite a los niños. Estoy al tanto de todo. Manu me ha contado lo que le pasó cuando se rompió el brazo. Sé que andas por ahí de noche y que los dejas solos. ¡Como sigas así fíjate que te los quito!
–Mira quién fue a hablar. A ver si te crees el superpadre porque vienes de vez en cuando y los compras con regalos. Yo soy la que está aquí, al pie del cañón.
La rabia que sentía podía convertirse en llanto en cualquier momento. Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para contenerse.
–A mí me da igual lo que hagas –continuó él, inmóvil, con la mirada fija en la pantalla de televisión–, pero los niños son sagrados. Si me vuelvo a enterar de algo así, hablo con mi abogado.
Vete al diablo, imbécil”. Marcy se fue al cuarto de los niños. Al poco salió y le dijo a su marido que el pequeño quería dormir con él y que ella se quedaría con Pablo, que los niños se lo habían pedido de esa manera.
Durante aquellas vacaciones siempre fue así durante las noches. Por el día llevaron de un lado a otro a los peques, intentando mostrar ante ellos una fingida cordialidad, mientras la brecha del desamor iba agrandándose cada vez más.
La amargura interior de Marcy no conocía más límite que guardar las apariencias.
Lo único que trataron fue el asunto del dinero. Él había traído los documentos donde figuraban los depósitos de los fondos destinados a la ayuda al desarrollo y ella firmó sin rechistar. Manele dijo que pronto tendría lugar la apertura de la primera empresa para la perforación y producción de pozos de agua y ella sintió una punzada de remordimiento, como si fuera culpa de Román, pero sobretodo suya, que no se realizara aquel proyecto.
Después acudieron a visitar a García al departamento de Contabilidad de la Duxa Limited, y allí firmó ella nueva documentación.
Papel mojado, éste está vendido a Román, que no te enteras, listo”.
Quedaron en continuar las transacciones tal y como lo habían hecho hasta entonces.  Pero la frialdad de su marido le hizo ver que, con seguridad, en su matrimonio todo estaba perdido.
Y si Manele se enteraba de lo que estaba haciendo con Román, eso mejor ni pensarlo.

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