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martes, 30 de abril de 2013

Marcy (92)




Después de aquellas gestiones, a la tarde siguiente acudió al estudio del arquitecto, para echarse atrás de lo acordado con él. Se daba cuenta de que de continuar aquellos trámites con éste se iba a malograr una gran idea sólo por un absurdo afán de venganza.
Dijo que tenía que hacer unas compras y se encaminó a pie donde Román.
Estaba él trabajando en sus proyectos delante de un enorme panel de dibujo repleto de instrumentos. Ya hacía quince días que no lo veía ni lo había llamado.
–¡Marcy! ¡Pensé que se la había tragado la tierra!
En todo aquel tiempo ella había logrado desprenderse de la sustancia y tampoco jugaba ni una moneda, bajo la estrecha supervisión de Rafa y después de su marido, aún sin saberlo éste.
Sólo necesitaba tomar una pastilla, de vez en cuando, para dormir.
Le explicó a Román que quería dejar aquel trasiego de dinero y la reacción de éste no se hizo esperar.
–¿Ahora me viene con esas?, demasiado tarde… Usted y yo tenemos mucho en común, ¿o ya no se acuerda?
Las veladas amenazas del hombre la dejaron muda. Él seguía imperturbable.
–Nosotros a lo nuestro, ¿okay? No queda otro remedio, verá que es mucho mejor así…Pero anímese mujer, tome una copa.
Le señalo el mueble bar y ella negó con la cabeza.
El arquitecto sabía llevar una discusión cortés mejor que nadie en el mundo y Marcy se dio cuenta de que no había nada que hacer. Dejó el estudio confusa, desconcertada, después de que Román le abriera la puerta con una corrección glacial.
Deambuló por las calles sin sentido hasta que comenzó a vibrar su móvil en el bolso que llevaba asido contra su cuerpo y lo extrajo, vio que era Rafa y contestó sin poder fijar su atención.
–Perdone que la moleste, señorita, pero el otro día se me olvidó decirle que algunos del master ya han empezado las prácticas de empresa. Sería bueno que usted hiciera lo mismo. Puede hacerlas donde usted desee.
–Sí, Rafa –balbució, en voz baja, sin ganas de hablar–. Ya te llamaré.
Regresó a su casa envuelta en una sombría sensación de incertidumbre. La aparente tranquilidad familiar de su domicilio ahondó aun más aquella impresión de extrañeza y aislamiento. “Ahora a ver cómo salgo de ésta”.
Manele, en cuanto la vio, anunció su marcha inmediata y le dejó a los niños, como el que suelta un fardo pesado, con ansia de libertad.
Al parecer los negocios no le permitían proseguir sus vacaciones y se tomaría el tiempo de descanso restante más avanzado el verano.

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