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martes, 9 de abril de 2013

Marcy (89)



Después de concluido el cóctel, que tomó un par de horas, y una vez que todos los asistentes se hubieron ido, Román y Marcy se repantigaron en el sofá negro.
Él colocó sobre un espejito un par de líneas de la sustancia y se tomó una, se lo pasó a Marcy después.
Ella le explicó que Manele aún estaba de vacaciones con los niños, por sacarle el tema y averiguar si el arquitecto estaba en negocios con su marido. Si fuera cierto sería bien aberrante. Pero el que tenía enfrente se le hacía un enigma.
Se atrevió a tutearle, para darle confianza.
–Verás qué ocurrencia ha tenido, quiere organizar una cena reuniéndonos a todos, por los viejos tiempos.
–Es una muy buena idea. Me apetece echármelos a la cara a esos dos, ¿okay? Isabel ya debió tener algo con su marido hace mucho tiempo, cuando estábamos juntos en Imomonde. Seguro que fue la causante de que todo acabara mal, la muy manipuladora.
–Pero, todavía mantenéis algún negocio, ¿no? Lucas me lo acaba de decir en el cóctel.
–Ese Lucas… Nada de eso. Hace un tiempo surgió algo, una ganga de inversiones, y pensamos unirnos de nuevo. Pero no… y ahora todavía menos. Ya le he dado a ganar bastante a esa bruja, oiga.
Marcy notó la rabia disimulada en el rostro de él, pero le parecía que el alcohol y la blanca estaban soltando sus emociones más de lo habitual.
La acompañó andando hasta la casa de ella. Hacía ya calor, incluso en el medio de la noche y el paseo fue agradable, para despejarse de la velada.
Cuando lo despidió se metió en la cama con un fuerte dolor de cabeza. El sueño fue inquieto y lleno de pesadillas. Se despertó de golpe lanzando un alarido.
Sintió su corazón latiendo tan fuerte como si fuera a reventarle en la garganta. Saltó fuera de la cama, pero al ponerse en pie cayó fulminada por el vértigo en medio de la penumbra de la habitación.
Apenas podía moverse cuando vio un fino hilo de sangre deslizarse por el suelo proveniente de su cabeza. Reptando, logró a duras penas tomar el teléfono de la mesilla de noche y marcó el número de Rafa, eran las siete de la mañana.
–¡Rafa! ¡Socorro! ¡Socorro! –dijo, con voz entrecortada–. Ven a buscarme a casa. Pídele al portero que suba contigo y te abra la puerta, él tiene una llave…
Cuando llegaron a la vivienda estaba tirada en el suelo, inmóvil, con la cabeza ensangrentada, quejándose débilmente.

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